27. high hopes

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El treinta y uno de diciembre había llegado en un abrir y cerrar de ojos para ellos, apenas notando el paso del calendario

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El treinta y uno de diciembre había llegado en un abrir y cerrar de ojos para ellos, apenas notando el paso del calendario. Era como si el tiempo hubiera sido acelerado por las manecillas de una forma apresurada y pronto se encontraron con que era la víspera de año nuevo agazapada a la vuelta de la esquina.

Era sorprendente cuán rápido el año había pasado, todo lo que había pasado desde que el calendario había tocado el dos mil doce. Esperaba que el dos mil trece fuera mucho mejor. Sin invasiones alienigenas que hicieran su trabajo tortuoso o algo por el estilo, habían pasado por tantas cosas en el último año que era casi que inconcebible que estuvieran celebrando el paso de un nuevo año, de más locura entre el caos.

El apartamento todavía tenía las luces navideñas alrededor junto al árbol decorado, porque Aidan se negaba a quitarlo hasta siquiera la primera semana de enero como era la costumbre habitual, la cultura pos-navideña. Si bien era mucho más fácil tomar el avión para una llegada mucho más rápida a Nueva York, habían decidido en conjunto que el viaje de carretera de casi cuatro horas era lo más oportuno.

El tocadiscos vintage de Steve sonaba de fondo mientras terminaba de empacar unas pocas prendas de ropa y esenciales en un bolso pequeño de viaje, una vieja canción de los cuarenta sonando suavemente como ruido ambiental. Sus cuchillos arrojadizos habían sido lanzado dentro de su bolso de viaje, simplemente por si acaso, fuerza de hábito en caso de que lo necesitasen, aunque había muy bajas probabilidades de que lo ocupase en pleno ambiente de festividades. Del mismo modo, se puso la pistola de mano en la parte trasera de los vaqueros, tapándola con su chaqueta luego de asegurarse de que estuviera cargada.

El teléfono sonó en la mesita de noche al lado de su cama y lo cogió, pulsando el botón verde de responder y la cara de Tony apareció por la pantalla con una cara que parecía a todas luces de que había estado durmiendo recientemente, se le podía ver en los ojos castaños cansados y en las prendas que llevaba, el fulgor leve del reactor arc en su pecho brillaba apenas a través de la camiseta oscura y tenía un auricular en la oreja. Se notaba que estaba en su propia casa, aquella mansión de lo más opulenta que tenía en Malibú, probablemente en el taller haciendo uno que otro arreglo a sus trajes o... un nuevo Mark. Ya había perdido la cuenta de cuántos trajes tenía Tony desde la última vez que lo había visto.

into the fire, STEVE ROGERS²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora