28. buried pieces

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Si tenía que ser honesto consigo mismo, había fingido quedarse dormido cuando Steve había salido temprano, como todas las mañanas, a trotar alrededor de las varias partes céntricas de Washington D

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Si tenía que ser honesto consigo mismo, había fingido quedarse dormido cuando Steve había salido temprano, como todas las mañanas, a trotar alrededor de las varias partes céntricas de Washington D.C. Quizá no sido porque simplemente no le apetecía para nada levantarse al alba de la madrugada o sencillamente porque había llegado tarde por la noche luego de haber estado en casa de su hermano mayor.

O también porque Steve se levantaba a las jodidas cinco de la mañana. Todavía demasiado temprano para él, que usualmente se levantaba a la hora que le apetecía, la cual bien podía ser desde las siete de la mañana a las nueve en punto.

Bueno, tampoco había sido tanto, es solo que se sentía como si fueran las cinco, aunque regularmente Steve se levantaba a las seis y media de la mañana cada día para salir a trotar. Algunas veces él le acompañaba, otras veces se hacía el dormido, como ese día.

Había sentido el toque continuo en la puerta cuando Steve lo había despertado y luego media hora más tarde la puerta del apartamento cerrarse tras de sí, y eso había sido una hora atrás.

Él en tanto estaba sentado frente a la isla de la cocina, había una taza de café recién hecha y su pistola al lado, completamente desmantelada mientras la limpiaba prodigiosamente. Era una pistola nueve milímetros que lo había acompañado durante varios años, era ligera y fácil de esconder entre las ropas. El negro metalizado apenas agarraba luz a través de las cortinas abiertas y las piezas desmanteladas se esparcían por la encimera mientras le pasaba un paño de micro fibra especial al barril del arma, que en ese momento era solo el caparazón de lo que alguna vez había sido.

El reloj del microondas marcaba las siete con cincuenta y ocho minutos exactos.

Bueno, eso había sido la mar dramático. Todos los componentes de la pistola estaban extendidos a lo largo de la isla a su lado. El proceso de limpieza era algo a lo que sus manos se habían acostumbrado con el transcurso de los años desde la primera vez que había sostenido una hacía tantos años. Había una tranquilidad y concentración innata en el trabajo, algo tan natural como peligroso, oscuro. Era un peso familiar que siempre le acompañaba a todas partes, tan familiar como el frío toque de sus cuchillos arrojadizos o como la energía de sus poderes.

into the fire, STEVE ROGERS²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora