29. the lemurian rescue

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El Lemurian Star  estaba ahí, iluminado como una señal rodeada de agua

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El Lemurian Star  estaba ahí, iluminado como una señal rodeada de agua. Estaba oscuro cuando el quinjet en el que viajaba sobrevoló por encima del mar, la velocidad y los zumbidos de los motores vibrando bajo el peso metálico. Era curioso que, a pesar de que hubieran salido en plena mañana, estuviera oscuro como la boca del lobo afuera, y es que el viajar a tanta velocidad en tan poco tiempo hasta aquel lugar Resultó ser que el Lemurian Star estaba en nada más ni nada menos que en medio del Océano Índico. Habían viajado más de dieciocho mil kilómetros para llegar al lugar, lo que era un logro con aquellos motores. Que sorpresa, habían sido mejorados por empresas Stark, Tony no paraba de colaborar por aquí y por allá tanto fuera en protección como en maquinaria aunque fuera para S.H.I.E.L.D. Steve y Natasha estaban en la cabina de enfrente, apartados y conversando en privado. Aidan esperó sentado, ajustando el arnés de su muslo donde se encontraban su arma de fuego mientras que en la otra pierna, el cinturón le rodeaba la otra pierna en donde se encontraban los cuchillos arrojadizos. Trató de no pensar en nada más que la misión que tenían por delante, al menos hasta que Rumlow les llamara para la corta reunión informativa.

Lo cierto es que desde que Steve y él se habían mudado juntos, las cosas entre ellos eran bastante buenas. Compañeros de equipo, compañeros de piso, amigos. Su relación había avanzado a asimilarse a una casi hogareña si no fuera porque Steve era tan recto como una flecha y el signo de sueño americano para toda la gente alrededor del mundo y él era uno de los mejores agentes operativos de S.H.I.E.L.D más jóvenes después de Natasha Romanoff. Que sí, que había usado la regla de un clavo a otro clavo y le había servido por más de año y medio sin complicaciones algunas. Pero nunca habían estado en una misma habitación los dos solos ahora que lo pensaba, no al menos mientras se ponían los trajes. Era ridículo, la verdad. Se había acostado con medio Baltimore y Virginia durante los últimos doce meses para asegurarse que aquella sensación escurridiza en el fondo de su estómago se muriera. Pero no podía hacer nada más que esperar que se fuera por donde vino otra vez.

No estaba para eso. Preferiría tenerlo de amigo que perderlo.

Eh, de vuelta a Washington quizá podía acostarse con esa barista de la tienda del centro comercial que le echaba el ojo, eso lo solucionaría, un buen polvo. Vale, que estaba noventa por ciento seguro que necesitaba un polvo y un trago. Técnicamente no estaba engañando a nadie, estaba soltero y ahí fuera en el mercado.

into the fire, STEVE ROGERS²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora