Capítulo 13

92 16 13
                                    

Nueva York 1950

Otoño

Danzel Gallagher

Me sumergí en la voz cautivadora de Alex mientras conducía de regreso a Nueva York. Su acento británico era como una melodía que acariciaba mis sentidos, transportándome a un estado de éxtasis enfermizo.

"Sigue hablando, cariño", lo interrumpí en medio de su relato, sin importarme realmente de qué trataba su historia. Solo quería deleitarme con los matices de su voz, cada inflexión y entonación que acentuaba su exquisito origen extranjero.

Alex me dedicó una mirada de soslayo, como sopesando si debía continuar o no. Pero al final, tragó saliva y retomó su narrativa con esa cadencia única que me volvía loco.

Mientras sus labios se movían, formando palabras con ese delicioso tono inglés, mi mente se llenó de recuerdos vívidos de nuestros encuentros íntimos. Podía revivir con claridad cuando pronunciaba mi nombre entre gemidos entrecortados, su acento haciéndolo sonar casi como una plegaria.

Un escalofrío de excitación me recorrió la espalda ante aquellas imágenes. Recordé también cuando, en un intento por agradarme, trató de imitar un acento más "americano"... y lo ridículo y adorable que resultó.

En esos momentos, todo lo que Alex hacía o decía me parecía perfecto, digno de adoración. Cada pequeño gesto, cada mueca o cambio en su tono de voz bastaba para encenderme en una hoguera de obsesión.

"Habla más fuerte, cariño", lo interrumpí de nuevo, esta vez con una sonrisa ladeada. "Quiero escuchar cada sílaba de tu maravilloso acento".

Alex obedeció, aunque pude notar su incomodidad a través de sus movimientos tensos. No le di importancia, demasiado absorto en el deleite que su voz me provocaba.

A medida que avanzábamos por la carretera de regreso a la ciudad, dejé vagar mi mente, recreando una y otra vez los momentos cumbre en los que Alex se retorcía bajo mis caricias, gritando en éxtasis con esa tonada británica tan particular. 

Era como si su voz fuera un afrodisíaco que nublaba mi razón por completo. En esos instantes, nada más importaba excepto saciar mi obsesión, devorar cada matiz de su origen inglés hasta la última gota.

Cuando por fin llegamos a mi hogar en las afueras de Nueva York, rodeé la cintura de Alex con posesividad mientras lo conducía al interior. Aspiré la fragancia de su piel y su cabello, mesclada con los ecos de su acento británico aún resonando en mis oídos.

Estaba completamente embriagado e idiotizado por este hombre. Y no descansaría hasta poseerlo en cuerpo y alma.

Después de descargar las maletas, me dirigí a la sala principal y dejé caer descuidadamente los sobres y facturas que habían estado acumulándose durante nuestra ausencia. Me serví un habano de mi humidor y lo encendí, exhalando una bocanada de humo mientras revisaba el correo con desdén.

"Alex, ven aquí y prepárame algo de comer. Muero de hambre después del viaje", ordené con tono despreocupado, sin apartar la vista de las cartas en mi mano. 

No obtuve respuesta alguna, lo cual comenzó a impacientarme. Alcé la mirada, frunciendo el ceño al no ver a Alex por ninguna parte. Carraspeé en voz alta, elevando el volumen de mi voz.

"¿Alex? ¿Me escuchaste? Quiero que cocines algo de inmediato", insistí con mayor firmeza, recordando los roles de esposo y esposa que debíamos seguir según las costumbres de la época aunque ambos seamos hombres.

El silencio continuó reinando en la estancia. Exhalé una bocanada de humo con irritación y me levanté del sofá, dispuesto a encontrar a Alex y exigir una explicación por su desobediencia.

OBSESIÓN (vol.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora