capítulo 2

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Harvard 1940

Danzel Gallagher.

El vacío dejado por la partida forzada de Janet Morrison se extendió como una penumbra silenciosa por los pasillos de Harvard. Su ausencia, lejos de apaciguar mis ansias, solo intensificó la claridad cruel de los demás obstáculos que me separaban de Alex, como espinas enterradas profundamente en mi consciencia.

La camarilla que lo rodeaba —Eddie Jones, Bob Wilkins, Brad Coleman— ejercía sobre él una influencia que me corroía las entrañas. Los observaba desde las sombras de la biblioteca, calculando cada movimiento mientras ellos desperdiciaban su privilegiado linaje en risas vacías y gestos superficiales. Su mera presencia era una afrenta a mi intelecto superior, una burla constante a la profundidad de mis sentimientos por Alex.

Mi mente, afilada por años de estudio y reconocimiento académico, se convirtió en un laboratorio de destrucción meticulosa. Cada rumor que sembré era una semilla de verdad envenenada; cada secreto revelado, un golpe quirúrgicamente preciso. No fueron simples chismes sobre sus indiscreciones lo que dispersé, sino verdades cuidadosamente seleccionadas que, como ácido, corroyeron sus reputaciones hasta los cimientos.

Observé con deleite clínico cómo las citaciones disciplinarias comenzaron a llegar, cómo las miradas de desprecio de la facultad se posaban sobre ellos. Las suspensiones y expulsiones cayeron como fichas de dominó perfectamente alineadas. Mi venganza no fue explosiva ni dramática; fue un veneno lento, metódico, inevitable.

En medio de su caída, me deslicé hacia Alex como una sombra paciente. Cada encuentro "casual" era una pieza más en mi tablero, cada consejo académico una hebra más en la telaraña que tejía a su alrededor. Mi experticia académica se convirtió en el anzuelo perfecto, y él, sin saberlo, mordía el cebo con cada sonrisa agradecida.

Cada gesto suyo desataba en mí una tormenta de sensaciones que rozaba lo patológico. Sus sonrisas, sus palabras casuales, se convertían en reliquias que diseccionaba en la soledad de mis noches, buscando significados ocultos con la obsesión de un arqueólogo desenterrando una civilización perdida.

Mi fascinación por Alex había mutado en algo monstruoso, una bestia que se alimentaba de cada migaja de atención que me otorgaba. Mientras él me veía como el estudiante modelo, el mentor académico, yo alimentaba fantasías cada vez más oscuras, más posesivas. Mi máscara de racionalidad y compostura ocultaba un abismo de deseos que amenazaba con desbordarse.

Los signos de la tormenta que se avecinaba eran evidentes para quien supiera interpretarlos, pero nadie en Harvard poseía mi agudeza para ver más allá de las apariencias. Pronto, muy pronto, la fachada de autocontrol se resquebrajaría, y ni siquiera los muros centenarios de esta institución podrían contener la intensidad de mi obsesión cuando finalmente reclamara lo que consideraba mío por derecho.

Alex seguía ignorante de la oscuridad que acechaba tras mis ojos estudiosos, ajeno al monstruo que sus amables gestos nutriían día tras día. Pero la cuenta regresiva había comenzado, y cuando el reloj marcara la hora final, nada ni nadie podría interponerse entre nosotros. Mi paciencia tenía límites, y estos se acercaban con la inexorabilidad de un eclipse total.

...

Los encuentros "fortuitos" con Alex en los corredores de Harvard se habían convertido en una coreografía meticulosamente calculada. Cada paso, cada giro, cronometrado con precisión enfermiza para coincidir con sus rutinas. Su voz, ese acento británico que resonaba como música prohibida, desataba en mí una tormenta de sensaciones que amenazaba con quebrar mi fachada de compostura.

"Danzel," pronunció mi nombre con esa cadencia distintiva que hacía temblar mis cimientos. "Qué coincidencia encontrarte aquí."

Mentira. No había coincidencias en mis encuentros con Alex Addington. Cada momento había sido orquestado con la precisión de un relojero obsesivo.

OBSESIÓN (vol.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora