Capítulo 10

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Nueva York 1950

Alex Addington.

Las palabras del sacerdote resonaron en latín a través de la pequeña capilla: "Dilectissimi nobis, convenimus coram altari Domini..."

Mientras el cura oficiaba la ceremonia en ese idioma antiguo, miré a mi alrededor. La capilla rebosaba de elegancia, a pesar de su tamaño modesto. Danzel ciertamente no había escatimado en gastos para este día.

Me estremecí al recordar lo que Danzel me había confesado sobre cómo consiguió que un sacerdote oficiara nuestra boda. Al parecer, lo había sobornado generosamente con dinero. Era evidente que nada se interpondría en su camino por cumplir su enfermiza obsesión.

A mi lado, Danzel se veía imponente con su traje azul marino, hecho a medida para resaltar su fornida figura. Yo mismo llevaba puesto el elegante traje gris que él había escogido semanas atrás. Me había forzado a vestirlo, afirmando que resaltaría mis rasgos británicos de una manera "exquisita".

En el pequeño grupo de invitados sólo se encontraban familiares y amigos cercanos de Danzel, aquellos que apoyaban abiertamente su orientación sexual. Del lado de mi familia, no había un alma presente. Danzel se había encargado de que nadie relacionado conmigo fuera testigo de esta parodia de matrimonio.

El sacerdote continuó su letanía hasta que finalmente llegó el momento decisivo: "Danzel, ¿aceptas a Alexander George Addington como tu legítimo esposo, para amarlo y respetarlo, en las buenas y en las malas, en la riqueza y la pobreza, en la salud y la enfermedad, hasta que la muerte los separe?"

La voz de Danzel no titubeó: "Acepto."

Entonces, el sacerdote posó su mirada sobre mí: "Y tú, Alexander, ¿aceptas a Danzel Frederick Gallagher como tu legítimo esposo..."

Por un instante, dudé. La idea de aceptar este matrimonio enfermizo me provocó náuseas. Pero en ese momento, la voz amenazante de Danzel resonó en mi mente como un eco siniestro: "Si no aceptas, te enviaré a una prisión federal donde sufrirás toda clase de abusos..."

Tragué saliva pesadamente y respondí con voz temblorosa: "A-acepto..."

Las siguientes palabras del sacerdote se difuminaron en un zumbido distante mientras los espectros de la culpa y el autodesprecio me invadían. ¿Cómo había terminado en esta situación? ¿Hasta dónde me había rebajado por miedo a las amenazas de Danzel?

Cuando reaccioné, el sacerdote ya había concluido la ceremonia y Danzel me miraba con ojos alegres, listo para reclamarme como su "esposo". Una oleada de pánico me invadió, pero me obligué a mantener la calma.

El sacerdote elevó su voz para las palabras finales, pronunciadas en latín: "Quod Deus coniunxit, homo non separet. Finita est nuptia."
Se hizo una pausa cargada de tensión antes de que el clérigo declarara: "Los declaro... marido y..." titubeó un instante, casi como si le costara pronunciar esas palabras, "...y marido. Pueden sellar su unión con un beso."

Sin decir palabra, Danzel se acercó y posó su mano en mi nuca con delicadeza. Antes de que pudiera reaccionar, estampó sus labios contra los míos en un beso profundo y apasionado.

En un inicio, me tensé por completo, listo para rechazarlo. Pero algo en la calidez y la ternura de su beso logró desconcertarme por completo. Lejos de la usual posesividad y deseo enfermizo, Danzel me besaba con una suavidad casi reverente que me dejó completamente perplejo.

No había rastros de la pasión lasciva y codiciosa que esperaba. En su lugar, percibí una extraña mezcla de anhelo, adoración y una ternura casi infantil en la forma en que me besaba. Como si en verdad me quisiera, más allá de su retorcida obsesión.

OBSESIÓN (vol.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora