Capitulo 11

124 18 17
                                    

Vermont, 1950

Alex Gallagher

Los pinos se alzaban como centinelas silenciosos mientras el auto serpenteaba por el camino montañoso. El paisaje podría haber sido hermoso —debería haberlo sido— pero solo veía una prisión más grande, más verde, más salvaje. Cada curva nos alejaba más de la civilización, de cualquier posibilidad de ayuda, de toda esperanza de escape.

Mi mente seguía atrapada en la noche anterior, en la forma en que había profanado no solo mi cuerpo sino también el recuerdo más sagrado que tenía. Había invocado a Isabelle en mis pensamientos, usándola como escudo contra el horror de las caricias de Danzel. Su rostro, sus ojos color avellana, su sonrisa... los había manchado todos al usarlos como refugio durante aquel acto aberrante. "Perdóname, Isabelle", susurré internamente, sintiendo que cada kilómetro que avanzábamos era una traición más a su memoria.

"¿No es hermoso, Alex?" La voz de Danzel cortó el aire como una navaja. "Pronto llegaremos a nuestra cabaña en las montañas. Un lugar apartado donde podremos disfrutar de nuestra luna de miel en total privacidad."

Privacidad. La palabra cayó como plomo en mi estómago. En el lenguaje retorcido de Danzel, privacidad significaba aislamiento total, control absoluto, posesión sin testigos.

"Sí, disfrutaremos muchísimo," respondí. Las palabras sabían a ceniza en mi boca, pero las pronuncié con toda la convicción que pude reunir. Mi vida dependía de mantener esta farsa, de seguir siendo el títere complaciente que él esperaba.

Su mano encontró mi muslo, pesada y posesiva. Cada uno de sus dedos era como un grillete sobre mi piel, marcando territorio, recordándome mi cautiverio. Sonreía mientras conducía, perdido en sus fantasías enfermizas.

"Tengo todo planeado. Caminatas por los senderos boscosos, veladas románticas junto al lago, hacer el amor bajo las estrellas..." Su voz rezumaba un entusiasmo que me helaba la sangre. Para él, esto era amor. Para mí, era una sentencia de muerte a plazos.

Observé el denso bosque que nos rodeaba, evaluándolo con desesperada atención. Cada árbol, cada sendero, cada punto de referencia podría ser crucial si se presentaba una oportunidad de escape. Los bosques de Vermont podían ser tanto mi salvación como mi tumba; todo dependería de cómo jugara mis cartas.

El lago apareció a nuestra izquierda, un espejo que reflejaba un cielo que nunca había parecido tan lejano. Me pregunté cuántas personas habrían pasado por aquí, cuántos ojos inocentes habrían admirado esta misma vista sin sospechar que estas montañas idílicas ocultarían pronto una pesadilla.

"Casi llegamos, mi amor," ronroneó Danzel, y su pulgar trazó círculos sobre mi muslo. Cada caricia era como ácido sobre mi piel, pero permanecí inmóvil, controlando el impulso de apartarlo de un manotazo. No podía permitirme ningún desliz, no cuando estábamos tan aislados.

El auto continuó ascendiendo por el camino sinuoso, y con cada metro que ganábamos en altitud, sentía que descendíamos más profundo en el infierno personal que Danzel había creado para nosotros. Un infierno con vistas panorámicas y aire fresco de montaña, pero infierno al fin y al cabo.

La única certeza que me mantenía cuerdo era saber que, en algún momento, tendría que bajar la guardia. Incluso los monstruos duermen, me recordé. Y cuando lo hiciera, cuando su obsesión por el control flaqueara aunque fuera por un instante, estaría listo. Tenía que estarlo. La alternativa era demasiado horrible para contemplarla.

La cabaña emergió entre los árboles como una bestia agazapada, rodeada de un paisaje que se burlaba de mi situación con su belleza. Danzel insistió en cargar él mismo las maletas, dedicándome una sonrisa que pretendía ser galante.

OBSESIÓN (vol.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora