capítulo 9

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Nueva York 1950
Alexander Addington

El sonido del portador de trajes deslizándose sobre la cama fue como el susurro de una serpiente. Danzel lo abrió con la delicadeza de quien revela una reliquia sagrada, sus ojos brillando con una devoción enfermiza.

"Mira esto, Alex." Su voz vibraba con un orgullo maniático. "Es una sorpresa para ti."

El traje gris descansaba allí como un presagio de mi condena. Cada pliegue perfectamente marcado, cada costura un recordatorio de la prisión que se cerraba a mi alrededor. Era el atuendo para mi propia ejecución.

"Lo escogí yo mismo," declaró Danzel, su voz destilando una satisfacción casi infantil que contrastaba grotescamente con la perversidad de sus intenciones.

Mi sonrisa forzada debió ser tan convincente como una máscara de papel, pero Danzel, cegado por su obsesión, se acercó con la gracia predatoria de un felino. Sus manos se posaron sobre mis hombros como garras enguantadas en seda.

"Oh, Alex..." Su voz se volvió terciopelo envenenado. "Te verás tan apuesto con este traje." Sus ojos recorrieron mi cuerpo con un hambre que me revolvió el estómago. "Resaltará tus rasgos de una manera exquisita."

Sin advertencia, sus labios se estrellaron contra los míos. El beso sabía a violación, a todo lo que me habían enseñado que era pecaminoso y aberrante. Mi cuerpo se congeló, como un animal acorralado que sabe que cualquier movimiento solo excitará más al depredador.

Sus manos, ávidas y codiciosas, se deslizaron hacia mis caderas. "No puedo esperar más, Alex," jadeó contra mi boca, su aliento caliente una profanación más de mi espacio personal.

El horror se intensificó cuando sus dedos jugaron con el elástico de mi pijama. Todo mi ser gritaba en protesta silenciosa. Los valores con los que había crecido, las enseñanzas de una vida entera, todo se rebelaba contra este acto antinatural que Danzel pretendía imponer sobre mí.

El empujón que me lanzó a la cama fue brutal, primitivo. Danzel se despojó de su camiseta con una urgencia animal, su torso desnudo un recordatorio más de la perversión que estaba por ocurrir. Me quedé inmóvil, un mártir resignado en el altar de su lujuria. La pérdida de Isabelle había vaciado mi voluntad de lucha, dejándome como una cáscara hueca.

Su peso sobre mí era sofocante, aplastante. Sus labios profanaron mi cuello mientras sus manos exploraban bajo mi camiseta, cada caricia una violación de mi dignidad. La repulsión se manifestó en mi rostro sin que pudiera evitarlo, una grieta en mi máscara de sumisión.

El movimiento de sus caderas contra las mías era como una danza macabra, una parodia grotesca del amor verdadero que alguna vez compartí con Isabelle. El grito que amenazaba con escapar de mi garganta fue interrumpido por el timbre, un sonido que resonó como una campana de salvación en una iglesia profanada.

Danzel gruñó, una bestia frustrada en su festín. El timbre insistió, y finalmente se separó de mí. Pero antes de marcharse, se inclinó para susurrar una amenaza que congeló la sangre en mis venas:

"Ni se te ocurra arruinar esto, Alex." Su voz era hielo y veneno. "O no solo tú sufrirás las consecuencias, también me encargaré de hacerle a tus padres lo mismo que a Isabelle."

Me quedé temblando en la cama, la amenaza reverberando en mi mente como un eco interminable. El timbre sonó una vez más, y escuché la puerta principal abrirse. Una voz femenina flotó escaleras arriba, una intrusión del mundo exterior en este infierno personal.

En ese momento, acostado en la cama que se había convertido en mi cruz, comprendí que estaba atrapado no solo por los muros físicos de esta casa, sino por las amenazas de un monstruo que no dudaría en destruir todo lo que amaba. Las lágrimas que rodaban por mis mejillas eran de impotencia, de asco, de un horror tan profundo que ninguna palabra podría describirlo.

OBSESIÓN (vol.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora