Capítulo 1 parte 3

135 21 12
                                    

Boston 1924

Danzel Gallagher

Mis primeros recuerdos se remontan a una infancia solitaria en el árido seno de la familia Gallagher, en Boston. Mis padres, Margareth y Frederick, eran dos personas frías y distantes, más preocupados por mantener las apariencias que por ofrecerme verdadero amor y cariño.

Mamá era una mujer hermosa pero amargada que me veía más como un estorbo que como su hijo. Estaba demasiado inmersa en su vida social entre la alta sociedad de Boston como para prestarme atención. En cuanto a papá, era un hombre ausente que pasaba largas jornadas en la oficina y cuando llegaba a casa, se encerraba en el estudio a ahogar sus penas en whisky barato. A veces lo escuchaba discutir con mamá a gritos, aunque nunca comprendía del todo la razón.

Así que desde muy pequeño, aprendí que no podía contar con el apoyo y el cariño de mis progenitores. Me volví un niño introvertido y solitario, refugiándome en mi propio mundo interior lejos de esa hostil realidad familiar.

Fue entonces cuando mi tía Abigail me obsequió un viejo muñeco de trapo con forma de soldado que pertenecía a su hijo mayor. Al principio, no le di importancia a ese juguete raído. Pero poco a poco, comencé a apegarme a el más que a nada en el mundo. Se convirtió en mi confidente, en mi amigo imaginario con quien compartía todos mis miedos y sueños que no le podía confiar a nadie más.

Ese muñeco representaba la compañía y el afecto que tanto anhelaba en mi frío hogar. Cuando mis padres notaban lo mucho que lo apreciaba, solían burlarse y amenazar con desecharlo. Yo respondía con terribles berrinches, aferrándome al juguete con dientes y uñas. La sola idea de perderlo me sumía en una angustia indescriptible.

Recuerdo una noche en particular, cuando mis padres habían salido a una de sus tantas fiestas sociales. El muñeco cayó detrás de un mueble y pasé horas llorando desconsolado hasta que finalmente logré recuperarlo. Lo abracé contra mi pecho con un alivio que rayaba en la locura.

Fue entonces cuando mis padres decidieron que mi "fijación" por el juguete era una conducta "inapropiada". Me llevaron con un psicólogo que dictaminó un caso leve de trastorno obsesivo. Pero ellos, demasiado preocupados por las apariencias, prefirieron ignorar sus recomendaciones. Creían que al crecer, yo "superaría esa etapa".

Un día mi madre me arrebato el muñeco raido de mis manos, recuerdo como lo partió por la mitad esparciendo el suave relleno de algodón por toda la sala "es hora de que este maldito trapo vaya a dónde le corresponde, a la basura" dijo dejándome perplejo, acababa de perder lo único que me había dado la paz, alegría y felicidad que se me había Sido negada, era lo único que me hacía olvidar que mi existencia no era más que un error, un estorbo del cual no se podían deshacer.

...

Boston 1934

Tenía 16 años cuando los primeros indicios de mi sexualidad comenzaron a manifestarse. Siempre supe que era diferente al resto de chicos de mi edad. Mientras ellos se pavoneaban hablando de mujeres y conquistas, yo permanecía callado escuchándolos sin comprender esa fascinación por el sexo opuesto.

Un día, mientras caminaba rumbo a casa, un gato callejero cruzó mi camino. Era un animalito pequeño y escuálido, pero con unos ojos dorados que reflejaban tal intensidad que me dejaron prendado. Me detuve a acariciarlo y enseguida ronroneó como un pequeño motor, restregándose contra mis piernas en busca de más atención.

En ese instante, una chispa se encendió dentro de mí. La mezcla de fascinación y deseo irrefrenable por ese pequeño ser indefenso. Era un anhelo cálido y adictivo que nunca antes había experimentado.

Llevé al gato a casa conmigo y cuidé de él como si fuera mi posesión más preciada. Lo alimentaba, cepillaba su pelaje y acariciaba su lomo durante horas interminables mientras él se dejaba mimar emitiendo suaves ronroneos extasiados.

OBSESIÓN (vol.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora