Capítulo 42

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Ahora sólo estamos nosotros y los fantasmas. —Mi estómago protestó.

—¿Cuál es tu comida favorita? —me preguntó.

—Japchae —respondí de inmediato.

—Debes comerlo mientras puedas. Pide y pasamos a recoger la comida.

No habíamos ido más allá de los alrededores inmediatos de la casa de los Kim desde nuestra llegada y resultaba extraño estar paseando por las afueras de Seogu en un Range Rover junto a un vampiro. Tomamos un camino secundario, yendo al sur por las colinas, hacia el pueblo, antes de doblar al norte otra vez para buscar la comida. Mientras avanzábamos, le indiqué dónde iba a nadar cuando era niño y dónde había vivido mi primer noviazgo serio. El pueblo estaba cubierto con adornos de Halloween: gatos negros, brujas sobre escobas e incluso árboles decorados con huevos de color naranja y negro. En esta parte del mundo, no eran sólo los brujos quienes se tomaban en serio estas celebraciones.

Cuando llegamos al puesto de comida callejera, Jungkook bajó conmigo, sin preocuparle en lo más mínimo que brujos o humanos lo vieran conmigo. Me estiré hacia arriba para besarlo y él me devolvió el beso con una risa que era casi alegre.

La estudiante universitaria que nos atendió miró a Jungkook con evidente admiración cuando le entregó la comida.

—Menos mal que no es una bruja —dije cuando regresamos al coche—. Me habría convertido en un tritón para irse volando contigo en su escoba.

Jungkook dejo escapar una carcajada, para después darme un beso.

Fortalecidos con el japche, me dispuse a arreglar el desorden que había quedado en la cocina y en la sala. Jungkook sacó montañas de papel del comedor que quemó en la chimenea de la cocina.

—¿Qué hacemos con esto? —preguntó enseñándome la carta de mi madre, el misterioso epigrama de tres líneas y la página del Ashmole 782.

—Deja todo en el salón principal —dije—. La casa los cuidará.

Continué haciendo cosas, como lavar la ropa y ordenar el despacho de Yoo. Cuando subí a guardar nuestras ropas, advertí que ambas laptops habían desaparecido. Corrí ruidosamente escaleras abajo presa del pánico.

—¡Jungkook! ¡Las laptops han desaparecido!

—Las tiene Eunwoo —me informó, atrapándome en sus brazos y alisándome el pelo sobre la cabeza—. Todo va bien. Nadie ha estado en la casa.

Mis hombros se relajaron, aunque todavía el corazón me latía con fuerza ante la idea de que pudiéramos ser sorprendidos por otro Domenico u otra Juliette.

Él hizo un té y luego me frotó los pies mientras me lo tomaba. En todo ese tiempo no habló de nada importante: las casas en Daegu que le hacían recordar algún otro lugar y otro tiempo, la primera vez que olfateó un tomate, lo que pensó cuando me vio remar en Oxford..., hasta que me relajé aliviado envuelto en aquella calidez.

Jungkook era siempre diferente cuando no había nadie cerca, pero el contraste fue especialmente notable una vez que nuestras familias se marcharon. Desde que llegamos a la casa de los Kim, poco a poco había ido asumiendo la responsabilidad por otras ocho vidas. Había velado por todos ellos, sin considerar quiénes eran ni qué clase de parentesco tenían con él, con la misma feroz intensidad. En ese momento sólo tenía una criatura de la que ocuparse.

—No hemos tenido mucho tiempo para hablar —observé, pensando en el torbellino de los días pasados desde que nos habíamos conocido—. Solos nosotros dos.

—Las semanas anteriores han sido casi bíblicas en sus pruebas. Pienso que lo único de lo que nos hemos librado es de una plaga de langostas. —Hizo una pausa—. Pero si el universo quería ponernos a prueba al estilo antiguo, hoy llegaremos al final de nuestras penurias. Esta noche se cumplirán cuarenta días.

El descubrimiento de Kim Taehyung - KooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora