1. Vikar

289 19 1
                                    

Año 201

Nilsine Sigurdsdótter

Actualidad

Muchas veces he pensado en escapar, en huir de este pueblo. La gente espera cosas de mí que no puedo darles. Y siempre se empeñan demasiado en recordarme que soy una decepción para mi padre.

El decir que quiero huir de aquí no es más que un sueño, pues si lo lograra, ¿a dónde iría? Hoy en día mueren muchos karnianos a manos de hombres de Harelton. Y el ir fuera de los bosques karnianos, significaría caminar hacia mi propia muerte.

No quiero eso, claro que no.

Así que mi única y lamentable opción es quedarme a escuchar las constantes humillaciones que tienen todos para mí.

Triste pero a salvo.

Además, ¿quién se quedaría con Daven? ¿Quién cuidaría a mi querido hermano menor?

No, huir no es una opción.

—¡Nilsine! ¡Ven aquí!

Alzo mi cabeza al escuchar mi nombre y me quejo por dentro. Me levanto del suelo sabiendo que no tengo otra opción.

—Ahora vuelvo, Daven —le sonrío a mi hermano y revuelvo su pelo rojizo.

Mientras camino hacia dentro de mi casa pienso en todo lo que he hecho últimamente y que pudo haber disgustado a padre. No he hecho nada mal. Mi ceño se frunce por ello.

No quiero volver a escuchar las mismas palabras de siempre. "Eres una inútil". "No sabes hacer nada". "Debiste de ser un hombre".

Gracias padre, pienso irónicamente.

—¿Sí, padre?

Al entrar al pequeño salón veo una mueca de culpabilidad en el rostro de mi madre, mientras que mi padre se mantiene tan serio como siempre.

—Siéntate por favor —pide él sin mirarme a la cara.

Un sentimiento raro se instala en mi pecho al darme cuenta de eso. Sea lo que sea que me dirá, no puede ser nada bueno. Tomo asiento de todos modos.

—Hija... —habla madre, pero pronto se calla como si no pudiera decirlo.

—¿Qué pa...?

—Te vas a casar.

La estancia se queda en silencio. Un maldito silencio de incomprensión por lo que acaba de decir él. Madre no quiere hablar, y padre está mirando directamente a la pared que tiene enfrente, como si no fueran de tanta importancia sus palabras. Es en estos momentos que me doy cuenta lo poco que le importo a mi padre.

Tres simples palabras.

Se repiten una, dos, tres veces en mi cabeza...

Y lo único que puedo decir es:

—¿Qué? —una sonrisa de incredulidad se asoma—. Déjate de juegos, padre.

Pero cuando su mirada cae en mí y veo su ceño fruncido, la sonrisita desaparece de mi cara. No está jugando. Claro que no está jugando, padre no es así.

Una pequeña parte de mí esperó que de pronto sacara ese lado suyo que estaba enterrado en lo más profundo. Ahora me doy cuenta que no existe siquiera...

No sé cómo sentirme al respecto. Es decir, lo dijo sin algún tipo de tacto. Tampoco esperaba que lo dijera con una gran sonrisa o... más bien no esperaba que dijera eso. Pero... lo hizo.

—En dos días será la ceremonia.

—¡¿Qué?! —me levanto de la silla, alterada—. ¡No me puedes hacer esto!

Mi maldita perdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora