18. Un juego ya iniciado

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Nilsine Sigurdsdótter

Horas después de que padre se ha marchado, me empiezo a preguntar si tomé la decisión correcta al quedarme.

Me dejé llevar por el sentimiento del rechazo que irradia desde mi pueblo hasta acá en Harelton hacia mi, ese sentimiento que se reavivó al ver a mi padre. Pero, ¿será diferente aquí? Claro está que no me quedaré mucho tiempo, solo el suficiente para que estos acuerdos salgan de la mejor manera.

¿O me dejé llevar por la curiosidad por el rey y aquello que me promete implícitamente?

No.

Me quedé porque padre no hizo ningún intento por rescatarme, y aun cuando me vio después de semanas sin saber todo lo que he pasado, no se alegró siquiera un poco. Todo lo opuesto. Significó para él que sigo viva y que sigo siendo una amenaza a la asunción de mi hermano.

A pesar de todo lo que Vikar y padre me han hecho sentir, estoy dispuesta a pelear por ellos y por que este acuerdo de frutos para el futuro de todos los karnianos.

—No sé si hice la decisión correcta —le hago saber a Celestine, quien justo después de haber salido de la sala, ha estado ahí esperándome.

—¿Por qué piensas eso?

—Porque es mi gente, y el Rey Aren me ha dado la oportunidad de irme de aquí y yo...

—Tú tienes tus razones para no regresar.

Le he contado todo. Le he contado que desde la cuna, mi padre ya se avergonzaba de mí.

—Pero de igual manera se siente... erróneo.

—No puede ser un error la decisión que ha tomado tu corazón. —Y aun así, no puedo terminar de creérmelo—. Se ha querido defender y proteger de lo que te ha hecho durante tanto tiempo tu pueblo. Nadie merece ser menos validado por algo tan absurdo como el género.

—Me mostré como una persona débil... Alguien que no puede soportar simples palabras.

—No son simples palabras si te han hecho dudar de tu capacidad —asegura ella y me toma de la mano, tratando de compartirme su fortaleza—. Y yo te puedo asegurar que eres una de las mujeres más capaces que he visto a lo largo de mi vida.

Me pregunto cuánta experiencia debe tener considerando su edad. Cuanta gente ha conocido para poder hacer tal comparación. Pero no se lo pregunto, no es el punto.

Si hace unas semanas me hubieran dicho que preferiría en un futuro quedarme en la nación enemiga en vez de regresar a mi pueblo, me habría reído en su cara. Es imposible.

O lo era.

Pero si de algo estoy convencida, es que no me quedaré aquí para siempre. Sí que regresaré, solo no ahora.

Solo necesito alejarme por un tiempo de toda aquella gente que ha vuelto mi cabeza un desastre. Necesito recuperar esa fuerza mental, si es que alguna vez existió.

La pregunta es: ¿Aquí lograré desenredar mis pensamientos? ¿O dejarán de ser un nudo para convertirse en otro totalmente diferente?

—No sabes lo feliz que estoy de que no seas ya una prisionera —se emociona, pero cuando ve que la palabra prisionera no es tan placentera para mí, se le coloran las mejillas—. Eh... no, no quise decir... Lo que quería...

Me río por el nerviosismo y vergüenza que le brota de pronto.

—No te preocupes. Y sí, puede que ya no sea como tal una prisionera, pero tampoco creo que pueda tener muchas libertades. Ni siquiera sé si me echarán de aquí.

Mi maldita perdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora