Nilsine Sigurdsdótter
No dormí para nada bien durante la noche.
La incertidumbre de que aquel representante del Valle Karniano que sea convocado a este acuerdo de paz —si es que se le puede llamar así—, sea Gerd Magnisson, me carcomió en las horas que estaban destinadas para mi sueño.
No puedo ver a ese hombre de nuevo, no cuando hasta hace unas semanas nos íbamos a casar. No puedo imaginar que quiera hacer algún trato que incluya mi regreso como su esposa.
Sé que lo más probable es que lo llamen a él, puesto que su pueblo aunque no sea tan extenso como Vikar, los pequeños enfrentamientos que hemos tenido desde que empezó el año doscientos lo han llevado a ser el más poderoso dentro del valle. Por más que le duela a mi padre admitirlo, nos quitaron el mandato y el poder de elegir en nombre de todos los karnianos.
Cuatro opciones de jefes: mi padre, jefe de Vikar; Gerd Magnisson, jefe de Drikar; Torsten Modicum, jefe de Zhikar; y por último, Gunnar Venator, jefe del pueblo caído, Baikar.
No sé si Gunnar siga con vida después de la masacre de su pueblo. Muy a mi pesar, se me olvidó preguntar ese dato ayer en la reunión, pero hoy le haré demasiadas preguntas al Rey Aren.
No sé qué fue lo que ocurrió ayer antes de que me marchara de la sala. No sé qué es lo que intentaba conmigo aquel hombre. Lo único que sé, es que me hace sentir emociones que toda mi vida había tratado de controlar. Emociones que había guardado en aquel lugar donde guardo todo lo prohibido. Porque sé que algo así puede volverme más débil de lo que ya soy, y puede acabar conmigo como lo cuentan en las leyendas antiguas.
Hace muchos años Kybele Alfsson asesinó a Harelton Burkesson por quitarle la vida a su amada. Es por eso que hoy en día somos enemigos todos nosotros. Pero la parte que todos omiten es que Kybele se quitó la vida después de todo este altercado, porque aunque había cobrado venganza por la mujer de su vida, no podía vivir sin ella.
El amor nos hace débiles y susceptibles a decepciones.
Y sentir aunque sea una pizca de eso es algo que no me puedo permitir.
Unos golpes en mi puerta hacen que me sobresalte y el corazón delate el miedo que siento sobre lo que puede pasar.
Mi mente descarta la opción de que se trate de Celestine, pues ella solo ha venido a ayudarme a lo de siempre, y se ha marchado rápidamente. Ha estado muy ocupada los últimos días.
Así que solo se me puede ocurrir que se trate del duque, quién se ha mostrado muy atento conmigo.
Me levanto de la cama y me apresuro a abrir la puerta, feliz de que se trate de alguien con quien no esté discutiendo todo el tiempo.
Se me congelan los pies y todo mi cuerpo cuando veo a la persona del otro lado del marco de la puerta.
—Buenos días, Nilsine.
Claramente no es el duque.
—¿Qué hace aquí?
Me arrepiento al instante de responderle con tanta hostilidad, no suelo hablarle así a la gente. Y por más que se trate del rey, no debo empezarlo a hacer ahora. No es correcto.
Pero hay algo de él que me hace querer enfrentarlo todo el tiempo.
Mi tono lo sorprende un poco y por un leve instante veo como si se arrepintiera el haber venido hasta mi puerta. Pero se vuelve serio cuando lo inspecciono.
Lleva puesto un pantalón negro junto con una camisa del mismo color, las mangas de nuevo están arremangadas hasta los codos y deja al descubierto la musculatura de sus brazos. Que es bastante a decir verdad. También trae un pequeño chaleco morado —cosa que Celestine me explicó es un accesorio más que nada—.
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Mi maldita perdición
Teen FictionCreyó que al ser capturada moriría a manos enemigas, lo que no sabía es que le ocurriría algo peor, algo que sería su perdición: se enamoraría del enemigo. *** La vida de Nilsine deparaba muchas cosas que ella no quería, su pueblo hablaba y suponía...