16. Salvación

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Nilsine Sigurdsdótter

Siento como mi corazón se acelera al escuchar las palabras: ataque, karnianos y sobrevivientes, en una misma oración. De hecho, siento como si mis pulmones también fueran a colapsar, o algo por el estilo.

El miedo a escuchar que mi pueblo ha sido masacrado como muchos otros invade en mi cabeza masivamente, que es en lo único que puedo pensar.

Sin embargo, trato de respirar profundo y calmarme. Necesito escuchar la información completa antes de sacar conclusiones. Es lo que padre siempre dice antes de una batalla.

Como si fuese aquella la información que el rey quería proporcionarme, me mira de reojo y yo finjo no darme cuenta de aquello.

—El lado sureste del valle se vio sometido rápidamente —el consejero sigue leyendo de esa hoja, como si no fuese nada, como si simplemente estuviera leyendo un cuento de terror para niños—, ningún hombre, mujer o niño sobrevivió.

Mi pecho se llena de aire una última vez y luego dejo salir todo a modo de alivio cuando dice sureste. Mi pueblo no puede ser aquel que padeció. Pero todo ese alivio se vuelve furia de un momento a otro.

—¿Harelton es el culpable de esto? —Pregunto entre dientes en dirección del rey.

El consejero se corta a sí mismo y lentamente todos se vuelven a mi.

Nunca habían atacado a ninguno de los cuatro pueblos principales dentro del valle. Siempre iban a por los pequeños pueblos fuera del bosque que rodea el asentamiento principal, los más indefensos y más expuestos. Y que Baikar sea el primero solo significa una sola cosa: han encontrado la forma de penetrar el bosque.

—Por supuesto que no —responde secamente el hombre sentado en aquel trono que siento como si estuviese hecho de todas esas muertes que ha causado—, y le pido que no interrumpa el informe. Sigue Korliksson.

Me muerdo la lengua para callarme y evitar que me echen de aquí. Cualquier indicio que dé el viejo que me dé a entender que los hareltanos masacraron Baikar, mataré sin dudar a todos los presentes en esta reunión. O a todos los que pueda.

—Soldados sin identificar bajo ninguna patria se infiltraron en el bosque, uno de los patrullajes negros afirma haberlos visto, pero pensaron que eran karnianos por la ropa que vestían. Portaban armas karnianas y conocían a exactitud el camino para el pueblo más cercano de esa zona.

—¿O sea que los mismos karnianos atacaron a los suyos? —Pregunta la segunda mujer al fondo después de un bufido con una sonrisa burlona—. Siempre me sorprenden esos salvajes.

Yo entrecierro los ojos en su dirección por la forma en la que se ha refiere a nosotros.

Se mira mayor que la chica del baile, a su izquierda. No tienen ningún parecido, así que evito pensar que pueden estar relacionadas.

—Es una posibilidad, sí. —Opina el duque.

Todos se quedan un poco pensativos ante esa cuestión.

—No creo que haya sido así —dice repentinamente el rey y me doy cuenta que me ha estado mirando—. Dudo que la señorita Nilsine estuviese tan tranquila de serlo. ¿Por qué no nos deleita con un poco de información?

—¿Por qué haría eso?

El solo pensar en ayudar mínimamente al reino de Harelton me revuelve el estómago. Aunque sea solo información.

—Porque yo mismo terminaré con todos los karnianos del valle si no me la da.

Sin embargo, algo en su tono me dice que no lo dice en serio. Algo en su mirada, ese fuego, esa oscuridad, que hace tan solo una semana me hubiera matado de miedo, ahora es lo mismo que me da entender que toda su malicia encubre algo más profundo.

Mi maldita perdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora