2. El peor día de mi vida

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Nilsine Sigurdsdótter

—Debes prepararte para esta tarde, Nilsine —madre entra a mi pequeña alcoba.

Esta tarde...

Es algo en lo que no quiero pensar, porque después de eso, mi vida cambiará completamente. Y no estoy lista. No me quiero casar con un hombre al que apenas soporto.

—No lo haré antes de que vengan los hareltanos, madre. Quiero estar presente.

Ella suspira y niega con la cabeza, sabe que no me va a hacer cambiar de opinión. Luego me deja sola.

Si quisiera describir con una sola palabra lo que siento en este momento, no podría. Estoy tan nerviosa y preocupada por los hareltanos, y algo... ¿triste y decepcionada? Por tener que casarme con Gerd Magnisson.

Aunque en este punto ya me he resignado, no hay nada que pueda hacer para impedir mi arreglo con el jefe de Drikar. ¿No?

Me encuentro con padre al salir y es cuando noto la gravedad de sus heridas. Tiene la cara hinchada y morada. Pero al menos obtuvo la victoria.

Dispuesta a salir de un silencio incómodo, lo rodeo y antes de que me pueda alejar mucho, mi padre habla.

—Nilsine.

—¿Sí, padre?

Ni siquiera me mira, está afilando una de sus hachas.

—Lleva una vaca, al ser la familia jefe debemos aportar.

Asiento y continúo con mi camino hacia la puerta, la abro para por fin poder despejarme, pero un cuerpo choca con el mío.

Cierro los ojos con fuerza y suspiro fuertemente, esperando que no sea la persona que creo que es.

Por favor que no sea.

Claro que lo es, ese hedor no se confunde en ningún lado.

—Buenos días, mi querida Nilsine  —saluda como si fuera tan grata su visita, pero lo único que quiero hacer es ignorarlo como siempre y huir.

Trato de rodearlo y él me lo impide poniendo su brazo en el marco de la puerta. Pruebo con el otro lado, pero tengo el mismo resultado.

—¿Puedes quitarte de mi camino, Gerd?

—¿Qué modales son esos? —inquiere bruscamente—. Tendré que enseñarte que no puedes estarme hablando de esa manera.

Aprieto los dientes en furia. Y antes de que pueda decirle todo lo que odio de él, mi padre habla.

—Gerd Magnisson —lo escucho acercarse—. ¿A qué se debe tu visita?

—Creo que es obvio.

—Si tiene que preguntarlo, creo que no lo es tanto —ironizo mientras ruedo los ojos.

Él me mira y esboza una horrible sonrisa.

—Resulta que quiero tener unos momentos con mi prometida, por supuesto. No he tenido la oportunidad de profundizar con ella como es debido, y creo que es buen momento antes de la ceremonia.

Paso saliva, nerviosa de pronto por lo que acaba de pedirle a mi padre. Lo volteo a ver y él sigue mirando a Gerd.

No quiero pasar tiempo con él, nadie quiere pasar tiempo con él.

—No será posible —habla por fin mi padre—. Tendrás que esperar hasta la ceremonia. Nilsine tiene tareas pendientes y estoy seguro que tú las tienes también. Sé que los hareltanos visitaron cada pueblo karniano.

El semblante de Gerd se oscurece en desacuerdo.

—En ese caso, Sigurd, tal vez pueda quedarme por aquí un rato. Ya sabes, por si tratan de hacer algo.

Mi maldita perdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora