Nilsine Sigurdsdótter
Al instante en el que abandono la alcoba donde se encuentra aquel rey que ha infundido tanto terror, es que me encuentro con que el Capitán de la guardia real junto con dos guardias me escoltará a la dichosa habitación que me proporcionarán dentro de este oscuro palacio.
Los guardias estuvieron atentos a cualquier intento mío por escapar. Pero me ofende un poco que crean que soy tan tonta como para no saber que cualquier movimiento en falso y me atraviesan con sus filosas espadas que cargan en su cinto.
En el trayecto puedo darme cuenta que el Capitán es un hombre casi tan alto como el rey, hebras doradas y un porte que denota su alta posición dentro de este reino. Sin duda si no fuera hareltano lo encontraría atractivo, al igual que al rey.
Cada segundo que paso dentro de este palacio me causa un desasosiego mental, ya que no sé por qué están permitiéndole a una karniana el tocar siquiera el piso pulido y reluciente del palacio. Todo me parece demasiado sospechoso y desconfío de cualquier cosa, sin duda tendré que estar en vigilia toda mi estancia, hasta que decidan por fin si van a asesinarme o no.
Cuando el camino se me hace interminable, llegamos a una puerta del mismo color que todo el palacio: negro. Tiene algunos detalles dorados a las esquinas dándole un poco más de esencia.
Los guardias se postran a los lados de esta y adoptan la misma posición que todos los demás, expectante y cautelosa a cualquier amenaza que se presente.
Su superior abre la puerta y me sorprende cuando me invita a pasar primero.
No sé si se le ha olvidado que soy una prisionera karniana o si realmente no lo inmuta ni un poco la hostilidad que todos los hareltanos nos dedican a los de mi nacionalidad.
La alcoba es enorme, tan grande que puedo meter dentro de ella tres cabañas de pueblerino de Vikar, mi pueblo. Hay una cama enorme centrada al fondo, una ventana con un pequeño sillón debajo del alféizar y dos puertas que desconozco a dónde guían.
—Aquí es donde de ahora en adelante, hasta el enfrentamiento, se quedará. —Interrumpe mi impresión y no tarda de aclarar que mi estancia es pasajera, no durará muchos días. Pero tampoco es como si no supiera eso, sin embargo, no puedo evitar sentir un miedo recorrerme al darme cuenta que tal vez nunca salga viva de este reino—. No intente escapar, es inútil. Habrá dos guardias cuidando la puerta y otros más vigilando fuera que no intente nada por la ventana.
Doy un leve asentimiento. Es decir, que es como estar encarcelada, peor cómodamente.
—Tiene todo lo necesario aquí. Mañana a primera hora alguien vendrá por usted para el entrenamiento, así que esté lista.
Sin mediar más o esperar alguna palabra de mí, cierra la puerta y se marcha, dejando un silencio inquietante. Después de haber pasado muchas horas dentro de una celda repleta de más prisioneros que lamentan sus penas, la quietud aquí es... no lo sé, mortificante. Y el aspecto oscuro que predomina en todo el lugar no ayuda para nada.
Me pasó gran rato inspeccionando todo a mí alrededor, hay tantas novedades dentro de este pequeño pero inmenso lugar que no puedo creerlo.
De pronto un artefacto llama mi atención, hace un pequeño tic tac y cuando me doy cuenta que es un reloj, me sorprendo aún más. Es redondo y pequeño. En mi pueblo también existen los relojes, o más bien, el reloj, pero es enorme y solo por mi tutor sé de la existencia de los segundos, minutos y horas. Sirve gracias a la luz del sol y su posición nos dejaba saber o al menos darnos una idea de qué momento del día era. Este parece ser más exacto, ya que no necesita la luz del día...
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Mi maldita perdición
Teen FictionCreyó que al ser capturada moriría a manos enemigas, lo que no sabía es que le ocurriría algo peor, algo que sería su perdición: se enamoraría del enemigo. *** La vida de Nilsine deparaba muchas cosas que ella no quería, su pueblo hablaba y suponía...