13. Presagios

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Rey Aren Vidarsson V

El carruaje que va de regreso al palacio en este momento me está sacando de quicio. El ruido de las llantas al rosar con la loza debajo de ellas me parece tan desesperante que me hace querer golpear a cualquier persona que se atreviese en mi campo de vista en los próximos minutos.

Las calles están devastadas, al menos por las que han decidido hacer su estúpida entrada los ravenos. La gente se ha pasado horas recogiendo el destrozo y los cuerpos que han quedado.

Me enfurezco solo de pensarlo.

Me han atacado.

Alguien se ha creído con la habilidad y capacidad de sobrevivir a mi contraataque. Porque claro que lo haré, desapareceré a todo aquel que me desafíe y a todo aquel que crea que es superior a mi.

Iniciaré con Erdos, Rey de Ravenna, y causante directo del sufrimiento de mi gente. Desde que ese viejo trajo de las cenizas a su nación después de casi desaparecer por completo del mapa, ha intentado ganar terreno con cualquier pueblo sin nación.

Sin embargo, creo fielmente que él fue solo un títere en este ataque. Y por supuesto sé quién fue el titiritero.

Callum.

Pensar siquiera en su nombre hace que me hierva la sangre.

Usó el baile de los dioses como punto de atención, y lamentablemente, le ha salido su jugada. Una amplia junta con los de la guardia real me espera y quién sea que usó la peor estrategia para velar por la seguridad del reino, terminará en la horca. Yo no permito ineptos en mi junta real.

Cuando por fin las torres oscuras de vigilancia a los extremos del muro que rodea aquella majestuosa construcción que se encargaron mis antepasados de crear, se hacen visibles, agradezco internamente.

Aunque ese sentimiento no dura demasiado, porque Orestes y Celestine me esperan en la entrada del palacio.

—¿Qué quieren? —Los paso de largo cuando bajo del carruaje y después de un suspiro de su parte me siguen por detrás.

—No está bien lo que estás haciendo, Aren.

Me detengo en seco.

Mi mal humor lo están empeorando de sobremanera. Nadie me viene a decir qué cosa está mal y cual bien.

—Lo sé, debí haberme llevado otro abrigo. Este no era muy mi estilo hoy.

Vuelve a suspirar el Capitán de mi guardia real y luego se ponen ambos frente a mí. Alzo el ceño, esperando a que hablen lo más rápido posible. No tengo tiempo para tonterías.

—¿No tienen nada más interesante qué comentar? —Inquiero sarcásticamente y antes de que puedan hablar, me adelanto—. Bueno, iré a la cama.

Sigo mi paso a grandes zancadas. Hasta que de pronto escucho que la puerta principal que da hacia el vestíbulo donde nos encontramos se abre. Y aunque ya sé de quién se trata, no puedo evitar detenerme de nuevo.

Aquella mujer de cabello cobrizo entra con pequeñas lágrimas corriéndole por las mejillas, Nilsine. Se ve tan pequeña, tan... desilusionada, que casi me siento mal por ella. No conozco el verdadero sentimiento de la compasión, y tampoco me molesto por intentarlo.

En cuanto nos ve, su mirada trata de endurecerse pero no puede, se limpia la cara rápidamente para que no notemos que ha estado llorando. Y también se irgue un poco.

Puedo notar que esta chica es temerosa y nada segura, sin embargo siempre se empeña en querer fingir alguien que no es.

¿Quién te ha convertido en esto?, quiero preguntarle.

Mi maldita perdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora