3. La vida en la celda

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Nilsine Sigurdsdótter

—Atásquense —grita el guardia y lanza la caja de siempre.

Es medio día, sé que está soleado en el exterior por la pequeña ventana con barrotes que hay, pero no es suficiente para que pueda sentir el calor del sol, no es suficiente para sentir la vida que hay fuera. Llevo seis días aquí, y mis esperanzas de que alguien aparezca y vea el error que han cometido al meterme aquí van desapareciendo.

La caja que han lanzado se desliza por el suelo e inmediatamente todos se acercan y empiezan a hurgar en lo que ellos llaman comida. En realidad solo son restos de comida. Aunque eso parece no importarles, lo disfrutan como si fuese un manjar.

Cada día que he pasado encerrada aquí he aprendido algo nuevo. Primero, que debo comer yo hasta el final si no quiero que alguno de estos hombres que parece han pasado por todo menos por una bañera me haga algo. Y segundo, que puede me quedé aquí indefinidamente.

Después de un rato, cuando los hombres han agarrado ya lo menos asqueroso de la caja y se han dispersado, me levanto yo.

Intento no mirar a nadie más de lo necesario, la apariencia de cada uno de estos hombres es escalofriante. Digo, ¿a quién no le daría miedo un ojo cosido, o una mano amputada?

Cuando estoy a punto de llegar al manjar que hay, alguien se interpone en mi camino de forma amenazadora. Es un hombre alto y con una cicatriz horrible que le cruza la mitad de la cara, desde la ceja izquierda hasta la boca.

—Ya no hay para ti.

Frunzo el ceño y le echo una mirada a la caja, obviando que no me creo sus palabras. Trato de rodearlo sin decir nada para no meterme en problemas, pero me empuja antes de lograrlo.

Me tenso de pies a cabeza.

Muchos hombres escalofriantes le temen a él en específico, ¿qué quiere decir eso? Y claro, ya todos están pendientes de la situación. El hombre me saca dos cabezas de altura y cuando decido detallarlo mejor, algo de él se me hace extrañamente familiar.

Hago otro vago intento de pasarlo, pero vuelvo a fallar cuando me empuja más fuerte que antes, haciendo que caiga de espaldas. Me quejo por lo bajo.

—¿Qué te sucede? —increpo enfadada.

Él me mira desde su altura y cuando creo que no puede empeorar, sonríe como desquiciado y ladea su cabeza, tratando de entender algo.

—¿Cómo es que tú has llegado aquí, eh? ¿Dónde está el querido padre? ¿Te ha... echado, acaso?

—¿Qué?

—¿Es que no me recuerdas?

Mi silencio responde a su pregunta. Está claro que él sí me recuerda a mí, pero, ¿de dónde? Mi mente trabaja rápidamente, tratando de dar una respuesta a esa familiaridad que causa. Sin embargo, él adelante ese proceso.

—Ivar Optimis

Mis ojos se abren mucho, sin poder creerlo, e instintivamente doy un paso hacia atrás una vez que me levanto. Eso le causa una sonrisa de suficiencia.

Es el mismo chico que un día fue desterrad de Vikar por amenazarme de muerte. El mismo chico que me acosó por años diciendo que solo estaba enamorado de mí...

—Como podrás ver, este tiempo que hemos estado apartados he cambiado mucho —dice mientras señala su rostro, obviando su cicatriz y todas aquellas marcas que ahora tenía—. De mala manera, claro está. También me ayudó a abrir los ojos de ese amor que creí nunca se terminaría por ti, pero heme aquí.

Mi maldita perdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora