XI

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Era un neurótico y eso lo había aceptado hace tiempo. Creía fielmente que el ballet había cambiado algo en la química de su cerebro cuando empezó a ser su vida y no solamente algo que disfrutaba luego de la escuela. Le estresaba estar más tiempo del común quieto. Era ansioso, podía comerse un refrigerador entero en una noche o no comer nada además de una tostada por día en la extensión de una semana. Estaba obsesionado con las posiciones de su cuerpo, sus saltos perfectos, que sus músculos se contrajeran con cada movimiento y que sus costillas hicieran aparición debajo de su piel con la facilidad que se da un respiro. Pero había algo que estaba poniendo sus nervios más de punta que lo usual, e intentaba ignorarlo, pero como buen muchacho clínicamente enfermo de la cabeza, ignorarlo, hacía el suplicio aún más grande.

Existía la posibilidad de que Crowley se marchara al extranjero. Y esa posibilidad cada vez estaba más cerca de convertirse en una realidad.

Él consideraba a su novio un genio. Creía que era la persona más inteligente y apasionada que alguna vez hubiera conocido, misma razón por la que lo instó a enviar una carta al concejo directivo de su universidad para que existiera la posibilidad de ganar una pasantía en una de las empresas editoriales más importantes del mundo: Random House... El único problema había sido que al haberlo incitado a enviar esa carta, había aceptado a la posibilidad de que su novio se marchara lejos, a otro continente, a un país donde sus alas se abrirían sin límites, y a una ciudad a la que él temía por su vertiginosidad: Nueva York. Había creído en la posibilidad de que la motivación que sembró en él fue un claro ejemplo del sabotaje que estaba acostumbrado a recibir de sí mismo. No sabía si lo había hecho en su inconsciente para demostrarle a Crowley que su relación no valía la pena, para que él se decepcionara de su persona, para que supiera que él no era un buen partido sin la necesidad de decírselo, sino, sólo demostrándoselo. Para dejarle en claro que no había línea temporal en el mundo en la que su relación saliera bien a causa de sus obsesiones, inseguridades y el baile.

Caminó con pereza hasta llegar a la cocina, sintiendo el peso en su espalda por el cansancio y en sus ojos por haber dormido sólo dos horas a causa del constante engranaje cerebral que su cabeza le entregaba cada noche para que pudiera pensar. Su departamento estaba lleno de cosas que le pertenecían a Crowley. De vez en cuando encontraba uñetas tiradas en el suelo, cosa que le hacía reír pues siempre cuando el muchacho las perdía, las buscaban hasta el cansancio y no las encontraban, sólo para que luego él las encontrara por casualidad ¿Qué pasaría con ellos si el chico era elegido por su universidad para marcharse al extranjero? Era lo que se preguntaba cada mañana luego de que Anthony le confirmara que había enviado su carta al concejo directivo, con recomendaciones de sus maestros incluidas ¿En qué había estado pensando cuando aceptó ser el novio del muchacho? Se estaba hundiendo en un pozo que él mismo cavó.

"Si pudiera quitarme el corazón y dárselo, lo haría." Susurró para sí mismo, viendo al centro vacío de su sala. "Para que se lo lleve con él y sólo regrese para que me lo pueda devolver."

Esos pensamientos no los compartía con el chico que le robaba el sueño y lo dejaba fantasear despierto con sus besos. Anthony no sabía que por su cabeza el único pensamiento que corría, cuando no estaban juntos, es que todo eso iba a terminar en un momento, y que cuando terminara, dolería como la peor de sus caídas mientras bailaba. Cuando estaba en la compañía de su novio, en lo único que podía pensar era que podía vivir de sus besos y abrazos, del sonido de su risa y de la forma en la que caminaba junto a él por la calle. Era feliz cuando podía tocar su cabello, hablar por llamada cuando no podían coincidir en sus tiempos y pasar por él a la cafetería de su padre algunos viernes por la tarde, cuando el muchacho no se adelantaba e iba por él a la academia.

"Creo que sabes lo que intentas hacer en esta situación, Aziraphael." Su terapeuta lo veía con esa mirada tranquila que siempre tenía, y con la sonrisa gentil que ya estaba acostumbrado a ver. "¿Quieres que te lo diga o prefieres explicarlo con tus propias palabras?" Negó un poco con su cabeza ante la pregunta de la mujer, y ella simplemente asintió. Sabía que el muchacho no era muy bueno con las palabras, y era algo en lo que estaban trabajando desde que se conocían, cuando él recién había llegado a Londres. "Buscas el rechazo de Crowley..." Comenzó. "Que él se vaya al extranjero, y que tú lo incites, es una forma de asegurarte que él será quién te deje y no tú quien lo deje a él... Pese a que una relación a distancia puede funcionar, no estás dispuesto a sacrificar tanto, porque te asusta y ambos sabemos como eso influiría en tu carrera." Ella sabía de los problemas de ánimo que el bailarín tenía, de su constante sobre exigencia, de sus problemas con la comida y peso. "Estarías distraído, bajarías tu rendimiento... Y con lo perfeccionista que eres, crees que es mejor perderlo a él que dejar caer a la basura lo que has logrado con tu esfuerzo. Aunque no sea totalmente cierto, porque tú cerebro te hace sacar esas conclusiones ¿Verdad?"

Never Gonna Dance Again [Aziracrow]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora