XII

78 16 3
                                    

Había intentado meter casi veintitrés años de su vida en una maleta que no parecía ser lo suficientemente grande. Sus semanas se basaron en aprobar sus exámenes finales, siendo como siempre, un estudiante ejemplar al obtener calificaciones sobresalientes y también en asistir a distintos tipos de ceremonias a causa de la beca que había ganado, en dónde le hacían decir un par de palabras de agradecimiento a su alma mater y lo que esperaba conseguir al otro lado del Atlántico. No sentía otra cosa que no fuera angustia, pues cada día se convertía en un martirio cuando pensaba en lo que sería de él y de su ángel en cuanto su avión despegara. Cuando estaba solo, no podía evitar llorar en pensar en la posibilidad de que podían perderse el uno del otro a causa de la distancia, cuando estaba junto a él, se encargaba de consolarlo y limpiar sus lágrimas cuando imaginaba todo el tiempo que estarían separados.

Decidió llevar lo esencial al otro lado del charco, específicamente, a un dormitorio que le esperaba en el campus de la universidad de Columbia en el que viviría solo por los próximos seis meses. Llevaba una foto de su madre y su padre, una fotografía de su novio cuando era pequeño que sus suegros le habían obsequiado en una de las cenas que habían organizado luego de darles la noticia de que al fin eran, oficialmente, novios; cada vez que el bailarín la veía en su mesita de noche lo regañaba cargado de vergüenza, y él lo besaba diciéndole que era su venganza por aceptar la fotografía que su padre le había regalado la primera vez que se habían conocido. Además de su maleta, también se iría con él su guitarra, pues creía que era el único consuelo que encontraría lejos de su novio, al menos con ella podría escribirle canciones que luego le mostraría por teléfono. Aziraphael le había ayudado a empacar, y entre sus ropas se encargó de entrometer algunas de sus prendas recargadas en su perfume para que no lo extrañara demasiado, aunque sabía que eso era algo imposible, pues su novio se sentía de la misma forma que él con respecto al intercambio.

Todo había pasado tan rápido, que creían que los meses que pasaron luego de la noticia no habían sido suficientes.

Estaban desnudos en el medio de la cama de Crowley, cubiertos por nada más además de las sábanas, con sus mejillas rojas por el calor provocado a causa de lo que sus cuerpos recién terminaban de hacer. Aziraphael lo veía con sus ojos grandes y brillosos, como si no pudiera creer que esa sería su última noche juntos en, al menos, seis meses. Se le apretaba el pecho al sentir su piel bajo sus dedos, y sentía ganas de llorar cuando Anthony tocaba con tanto cuidado y esmero su cuerpo, como si quisiera guardar cada vestigio de él en su boca y en el tacto de sus manos. No sabía cómo viviría sin ver esos ojos por tanto tiempo, no tenía idea como sería capaz de vivir su vida sin los besos que el muchacho le entregaba. Algo le decía en el fondo de su pecho que el destino estaba listo para separarlos, no sólo por medio año, sino para siempre.

"Desearía que fueras minúsculo para ponerte en mi bolsillo y llevarte conmigo." Susurró mientras secaba las lágrimas que recorrían el delicado rostro de su amor, sin importarle que las propias cayeran con gracia sobre sus mejillas para terminar muriendo en la almohada. "Debes cuidarte ¿Bien?" Pidió con una suave sonrisa en sus labios, que más que sonrisa parecía una mueca por el dolor que llevaba dentro. "Prométeme que no olvidarás cuanto te amo, Ángel."

"Eres la única persona que me ha dicho esas dos palabras en toda mi vida ¿Cómo podría olvidarlo?" Su voz era temblorosa, como la de un niño pequeño que había sufrido la peor de sus caídas, esperando a ser rescatado.

Esa noche durmió acurrucado contra su pecho, sollozando en silencio, pero siendo consolado por su novio, que intentaba ignorar su propio malestar para no afectarlo más a él. Le cantó canciones para intentar hacer que su llanto se calmara, le contaba secretos en su oído con la voz aterciopelada que solía utilizar con él, besaba su rostro, acariciaba su cabello... Pero nada servía para calmar su dolor. Cualquiera que los viera en ese momento pensaría que nunca había visto tanta tristeza en esos dos cuerpos que parecían uno sólo sobre las sábanas blancas en que habían compartido su amor por última vez.

Never Gonna Dance Again [Aziracrow]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora