143

53 10 4
                                    

La familia de las Alemanias.

No era la mujer más amable, tampoco la más cariñosa... O la más cuerda, y puede que fuese algo narcisista, pero si había algo que la gente que conocía desde años recientes podía decir, es que ella amaba a sus hijos.

Aunque esa gente no sabía los detalles, eso era obvio. Y los gemelos lo sabían.

—Entonces, recapitulando, el padre de Canadá, tu suegro al que nadie quiere, conoce a la bruja de Weimar, quien indirectamente es culpable de que estemos aquí, pero al parecer ella habla mucho de nosotros e implícitamente parece que lo hace bonito... ¿Estoy en lo cierto? —cuestionó Ali, mirando a su hermano con la ceja alzada.

—Básicamente, si —confirmó Ale, suspirando y tallándose la cara.

Ambos se miraron y terminaron acostándose sobre sus costados izquierdo y derecho, mirándose a los ojos con expresiones tristes.

Ambos estaban en el cuarto de Ali, Hungría no estaba, y ambos gemelos habían decidido solo pasar el tiempo en la cama del gemelo menor.

—De seguro solo nos usa para conseguir simpatía en ese trabajo suyo que tiene... ¿En qué trabaja? —Ali frunció el ceño, pensando en lo que sabía que su madre sabía hacer, lo cual no era mucho.

Su padre siempre era el que hacía todo en casa, ella solo se tiraba en el sofá a fumar, beber vino y ver la televisión.

A lo mucho lavaba la ropa, y solo era si previamente su padre la separaba por color.

—Según la señora Francia, trabaja en una gestoría financiera como promotor de préstamos, tal vez la bruja es igual o una secretaria, yo que se —contesto Ale, rodando los ojos.

El gemelo sintió un suave toque en su mano, sonrió de lado y movió sus dedos para entrelazarlos con los de su hermano y después levantar ambos miembros, pudiendo ver así sus manos juntos.

Cómo siempre era desde que eran pequeños. Desde que tenían memoria.

Ambos eran muy unidos, solo se tenían el uno al otro desde literalmente el vientre de su madre.

Aunque ambos habían, para su desgracia, nacido en la familia menos ordenada y amorosa.

—Abu, no puedo abi el fasco —dijo con su tierna voz Federal, entrando a la sala con un frasco en su mano derecha, y en su mano izquierda tenía la mano de su hermano menor.

Escucharon un periódico ser azotado contra algo, lo cual a los pequeños de apenas tres años, puso tensos.

—Es un frasco, ¿Dos niños no pueden abrir un jodido frasco? —farfullo Prusia.

Ambos pequeños lo miraron, sintiéndose intimidados por el hombre. Siempre se sentían así estando cerca de él, por eso mismo su padre no los dejaba tanto en casa de sus abuelos a pesar de que Imperio Alemán insistía.

—Solo tienen tres años, cariño, apenas si saben comer solos —dijo suavemente la mujer, dejando de lado lo que tejía y le hacía una seña a ambos menores para que se acercaran.

Ambos niños se movieron casi en silencio, tratando de apegarse lo más que podían a las piernas de su abuela en lo que ella abría el frasco que contenía cerezas en almíbar, las favoritas de ambos niños.

—Excusas, a su edad, el marica de su padre ya podía abrir hasta la maldita puerta y salirse a la casa de los eslavos —volvió a decir en el mismo tono el prusiano, mirando con el ceño fruncido a sus nietos, intimidándolos aún más —, más les vale a ambos ser hombres de verdad.

La puerta se abrió y dejo ver a una República de Weimar con cara de satisfacción, y a Third Reich de rostro agotado, aunque eso ambos niños no lo notaban, ellos solo veían a sus padres.

Entre Waffles y Salchichas || CountryHumans AleCanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora