Corazón Envenenado.

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Ni siquiera la profunda y sangrante herida en la pierna de aquel alfa pudo detener sus apresurados y desesperados pasos. Wang Yibo avanzó ignorando el dolor, el hambre y el ardor qué quemaba dentro de sí provocado por las altas temperatura y la fiebre que lo había atacado un día antes.

Solo tenía un objetivo y era llegar rápidamente a su reino. En aquel momento más que un Emperador, era un hombre desesperado qué con cada paso que daba recitaba una dolorosa súplica.

Nunca rogó en todos sus años de vida. Le habían enseñando qué como monarca y como autoridad las súplicas entre sus labios eran innecesarias.

Si quería algo solo debía extender su mano y tomarlo
Sin pedir permiso, sin pedir de favor. Era el soberano, ante los ojos de sus súbditos un Dios, el único ser que era merecedor de estar a la par del soberano máximo del cielo.

Wang Yibo, el hijo del Dragón nunca suplico, ni siquiera por su vida por eso en aquel momento sus labios temblaban y su susurro tenía un matiz de temor. Se sentía como un gran descarado al estar en aquel momento realizando una súplica cuando desde siempre fue visto como un ser supremo.

Temía qué los cielos no quisieran escuchar sus palabras. Le asustaba que se negaran a cumplir su petición pero en aquel momento no le importaba.

No le importaba si tenía que humillarse a si mismo y mostrar una debilidad que jamás en su vida había tenido solo para que su súplica fuera escuchara.

"Por favor...señor supremo del cielo...protegelo...protege a mi Zhan"

...........

- ¡Abran las puertas! ¡Abran rápido, nuestro Rey está regresando!

El fuerte estruendo qué provocaban los cascos del imponente corcel se podía escuchar claramente incluso en medio de los afilados sonidos de las espadas al chocar.

El omega se desplazaba a toda prisa en medio del mar de hombres que se debatian por quedar en pie.

El Rey Consorte cabalgaba de regreso a su palacio, su largo pelo negro hondeaba con la brisa, atrás habían quedado los hermosos adornos qué lo sujetaban delicadamente, adornos qué habían sido otorgados por su Emperador.

Su blanco rostro tenía matices de un crudo color escarlata así como su vestimenta y su afilada espada, aquella que lo había acompañado en cada batalla se encontraba teñida de aquel viscoso líquido rojizo.

Zhan regresaba con la sangre de sus enemigos sobre su cuerpo, una furia despierta y una gran sed de sangre.

Estaba enojado, euforico y solo quería arrancar las cabezas de aquellos que lo habían hecho que separarse de su familia.

Estaba solo, su alfa estaba desaparecido, sabía que no estaba muerto porque el lazo que había entre ambos se lo confirmaba. Aún podía sentirlo pero le desesperaba la idea de no saber de su paradero.

Sus hijos habían tenido que abandonar su hogar y huir en la clandestinidad como si de unos ladrones se trataran y su gran compañero de batallas...su gran hermano tampoco estaba a su lado.

Necesitaba descargar su frustración y el odio que sentía en aquel momento por lo que no dudo en aceptar cuando sus enemigos pidieron una reunión para llegar a un acuerdo y su espada no tembló cuando con un solo movimiento rebano la garaganta de uno de ellos.

Sabía que esto traería más conflictos pero no le importaba, no tenía miedo. Si tenía que ir mil veces a la guerra para defender el imperio de su alfa así como su imperio, lo haría sin pensarlo.

Podría poner su vida en la línea de fuego pero rendirse o doblegarse jamás.

- ¡Padre! No debiste hacer eso.- El príncipe heredero corrió hacia Zhan.- Te dije que yo iría.- Lo tomó del brazo para ayudarlo a descender del corcel.

Yizhan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora