Villa Lola.

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Empezemos por el principio. Hace un año, alguien compró la enorme finca que hay enfrente de donde está la ermita de mi pueblo. Nadie sabía quién podía haber tirado tanto dinero en algo tan inservible. De la nada, empezaron a aparecer arquitectos, aparejadores y constructores y dos semanas más tarde, decenas de obreros y albañiles. Entre semana, algunos venían a comer al restaurante donde trabajo. Yo y todas las demás camareras, intentábamos saber algo acerca de quien había comprado la finca, pero nadie sabía nada o no querían decirlo. Las obras iban a toda velocidad y de la casa en ruinas que había, empezó a dibujarse con la obra, algo completamente diferente. Se convirtió en una casa moderna y más que bonita. No es grande en exceso, pero tiene más de cuatrocientos metros cuadrados de planta baja que dibuja una U, orientada a sur. La finca empezó después a sufrir las transformaciones que llevaron a que de un día al siguiente, nadie pudiera volver a ver la casa que da nombre a todo el paraje. Villa Lola. Crecieron muros y aparecieron árboles muy desarrollados, trasplantados y colocados de forma estratégica, para que nadie pueda ver más allá de los muros.

Villa Lola. En el pueblo, siempre se ha llamado así a la extensión de cereal que había allí, rodeada la casa en su centro de olivos centenarios. Pero esa finca, llevaba más de cuatro décadas deshabitada, antes de empezar a aparecer esa gente por allí. Meses después, desapareció todo el mundo y se dejó de hablar del tema, hasta que un par de semanas más tarde, coches caros y lujosos empezaron a verse entrando y saliendo de allí.

Por esas fechas, en verano del año pasado, un día al venir a trabajar, mi jefe Carlos estaba reunido en la oficina con un cliente. Eso solo ocurre cuando nos encargan bodas de cierto nivel. Somos el restaurante más valorado de toda la región y aunque a Carlos no le suele gustar ofrecer banquetes para celebraciones, siempre hay alguien dispuesto a pagar lo que Carlos cobra en exceso para esos eventos, con la intención de disuadir a los futuros esposos de celebrarlo en nuestra casa. Cuando aquel cliente salió de la oficina, sentí algo extraño. Me crucé de frente con él en el pasillo y ni me vio. Él iba andando deprisa con la mirada baja y yo tuve que pegarme a la pared, para que no me atropellara.

Era un chico de unos 40 años, alto y fuerte. Muy fuerte. A pesar de que llevaba un traje elegante, negro de raya diplomática, con camisa blanca y zapatos de cuero, daba impresión de que era alguien peligroso. Yo entré a la oficina de Carlos para entregar la solicitud de mis vacaciones, pero creo que Carlos ni me hizo caso. Estaba apuntando datos en una libreta con cara seria. Se le notaba mucha preocupación y quise saber que era lo que había pasado en esa reunión, por si ese señor acababa de contratar algún evento en las fechas en las que yo había pensado cogerme los días libres. Carlos no me dio explicaciones. Yo dejé mi solicitud y salí afuera a fumar un cigarrillo, antes de empezar el servicio. Aquel hombre estaba subiendo a bordo de un lujoso Mercedes negro, en la parte trasera. Alante viajaban dos hombres jóvenes, de cabeza rapada y trajes caros.

Estuve pensando en eso tres días seguidos. El sábado siguiente, Carlos nos reunió a todas las camareras y al sumiller en la sala, antes del servicio de la comida. Nos dijo que a partir de ese día, todos los sábados del año, íbamos a tener un cliente especial al que atender en el reservado. Noté en Carlos, la misma tensión que el día que ese señor estuvo reunido con él en la oficina. Pregunté, quién era el cliente. Carlos no dijo nada, solo que se llamaba Maldonado. Nos dio las instrucciones precisas para atender a ese cliente. Algo extraño.

Deberíamos dar el servicio completo una única camarera o dos, en el caso de que hubiera más de tres personas en el reservado. La mesa de la entrada al reservado, estaría también reservada para los acompañantes de ese cliente. Esa mesa se atendería de la forma habitual. Al atender el reservado, la camarera que lo hiciera, debería atender de forma educada, pero sin demorarse y sobre todo, Carlos hizo hincapié en que todo lo que se pudiera escuchar durante el servicio, era completamente confidencial.

El señor Mal. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora