Capítulo cincuenta y siete: Si Dios perdona la ira de la Luna

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Hace muchos años.

Moon Hikari

Agarré un pedazo de cinta de papel y la corté con los dientes. La enrollé en la punta de los dedos de mi mano izquierda. Tenía cortaduras, quizás por haber intentando picar demasiado rápido alguna verdura. La cinta se manchó con sangre y suspiré. Saqué la cinta y la tiré a la basura. Vi la herida, muy pequeña y superficial. No me dolía, es más, sólo ardía un poco como una cortadura con papel.

Mi mano se había curado por completo, pero cada vez que la veía recordaba, por un instante, la imagen del espejo. Y el dolor extraño porque viene más con culpa que con otra cosa. El dolor y la vergüenza de haber hecho algo así.

Sin pensarlo y sin motivo, quizás porque tenía la mente distraída, pasé la uña por la herida y me lastimé más. Moví la mano y suspiré, enojado. Abrí el grifo y aguantándome el ardor dejé que el agua se llevara toda la sangre.

—¿Estás bien? —preguntó Tami, poniendo su mano en mi hombro.

—Sí —sonreí, fingido—, solo me corté.

Me miró y noté que no me había creído nada.

—¿Estás bien? —repitió la pregunta.

—Estoy aquí —respondí, esquivando la pregunta otra vez.

Pasó un rato, en el que nadie me preguntó nada y yo solo ordené la cocina, tarareando una canción en voz baja, hasta que escuché ruidos de la vereda de enfrente. Dejé una de las cajas en el suelo y me acerqué a la barra.

—¿Qué está pasando?

—Nada, Moon, ven... —respondió Tami, tomando mi brazo.

Yo, sin hacerle caso, seguí caminando. Allí, en la vereda mi tío discutía con un hombre. Treintañero, delgado y de rulos oscuros. Le conocía el rostro de memoria. Nos había debido dinero durante años y años y mi tío aun así lo había ayudado en cuanto pudo. Y en medio de esa crisis ese hombre estaba pidiendo una supuesta cantidad de dinero sin sentido que le había prestado una vez cuando mi tío era adolescente.

Al principio me quedé separado, dejando que mi tío se encargará, aunque no parecía saber cómo hacerlo. Solo se disculpaba una y otra vez. Se disculpaba y se disculpaba.

Perdón. Perdón. Perdón. Perdón.

Pero el hombre cada vez se acercaba más a él, contrario a la actitud de mi tío, él actuaba con esa prepotencia que me hizo apretar las manos con fuerza. En un momento estiró los brazos y lo empujó un poco. Tami me intentó parar, pero yo, sin pensarlo mucho, me acerqué. Me puse en medio de ambos.

—¿¡Que mierda te pasa?! —le grité.

Mi tío murmuró algo, pero lo ignoré. El hombre dio un paso, pero yo no retrocedí. Era un poco más alto que yo, así que subí la cabeza para mirarlo a los ojos.

—Vete —dije.

Él comenzó a hablar acerca de ese dinero, acercándose cada vez más y yo llevé ambas manos a sus hombros, dándole un empujón para que se fuera hacia atrás, tirándolo hacia la calle.

—Cuando sobre la barra de la cantina este lo que nos debes, te damos lo que te debemos. Mientras tanto, vete —hablé lo más claro que pude, aunque me temblaban las manos.

—¡Son unos ladrones, unos imbéciles!

La sensación física de mis trece, con aquellos chicos golpeándome volvió a mi cuerpo. La impotencia supongo que fue. Por un segundo pensé en irme hacia atrás. En darle lo que quería para que se fuese. En bajar la cabeza como mi tío y pedir disculpas. Pero no lo hice. Inflé mi pecho con orgullo y le grité, al igual que él, no bajando el tono, subiéndolo.

El Loco se enamoró de la Luna (BORRADOR) / BLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora