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Amelia

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Amelia

El dolor en el brazo había disminuido mientras estaba dormida.

No quise hablar con Gianfranco cuando entró hace unos minutos al escuchar que me había despertado para darme un baño. Ni siquiera me molesté en abrir la puerta y escuché como me maldijo en italiano.

No estaba de humor para soportarlo, no después de salvar el trasero de su hermanita y que me agradeciera con gritos.

Cuando llegamos a la mansión, noté que mi brazo se puso peor por la herida y traté de detenerlo, pero no paraba de brotar sangre de ahí. Mantuve mi brazo apretado mientras entré y entre tantos gritos con Gianfranco debí de olvidarlo por completo, soltando y exponiendo la herida al aire. No fueron hasta unos segundos después que empecé a sentirme mareada cuando no soporté el dolor que trataba de aguantar y caí en sus brazos.

No quería que me toque ni un puto pelo. Pero en mi situación, no hice resistencia alguna. Dejé que me trajera a mi habitación como si fuera una mujer débil, como si él pudiera llevarme a donde quisiera fácilmente y fingiendo interés por mí.

Gianfranco no es más que un hijo de perra que solo hace acciones para que la gente vea en él cosas que no son. Solo por eso me ayudó.

Mantengo los ojos cerrados mientras dejo que el agua caliente me recorra por todo el cuerpo, apoyo la nuca hacia atrás en el borde de la bañera y los recuerdos de mi infancia atormentan mi mente de manera inesperada provocándome temblores en todo el cuerpo.

Doy unos pasos lentos, tratando de no hacer ruido alguno. Mi padre había ido a dormir hace una hora cuando escuché que iba golpeando el suelo con sus fuertes pisadas y balbuceando mientras estaba ebrio tambaleándose. Siempre que bebe y se va a dormir, no despierta ni con un terremoto. Solo se pone así cuando uno de sus hombres le indica que hay problemas... o cuando extraña a mamá. Que es la gran mayoría del tiempo.

Aprieto mi pijama, que consiste de un vestido largo y blanco, con las mangas hasta que me esconden las pequeñas manos y debo arremangarlas cada cinco segundos para poder verlas.

Hecho una última vista por detrás de mí antes de subir las escaleras que se encuentran al final del pasillo donde mi familia duerme a las dos de la madrugada. Suspiro, mis pequeñas manos se estiran alcanzando las barandillas de metal, estas escaleras son de madera a diferencia de las enormes de cemento que tenemos en los demás lados de la mansión.

Siempre me preguntaba por qué papá nunca me dejó venir al ala oeste de la mansión. Lo descubrí hace dos meses. Luego de estar seis años encerrada, por fin pude saber la respuesta.

Subo por las escaleras de maderas semi construidas, con un movimiento en falso podría caer. Miro hacia arriba, un largo camino en forma de caracol estrecho me recibe y a lo lejos alcanzo a ver una luz blanca. Mis pies descalzos tocan y sienten cada astilla pequeña, pero no me duele. Soy una niña fuerte.

Divina TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora