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Amelia

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Amelia

Miro por todos lados de la habitación tratando de buscar alguna manera de escapar en el día de mi boda.

Aunque si lo hiciera, me terminarán encontrando de una forma u otra.

Vittoria no deja de tomarme fotos del vestido desde diferentes ángulos y pidiendo que sonría un poco, al menos para que las personas crean que estoy feliz por este día. No lo estoy.

Tengo todo el rostro inexpresivo y pareciera más que estoy camino a un funeral. Tal vez lo sea.

Observo mi reflejo en el gran espejo y alzo el mentón como símbolo de que no tengo miedo a nada de lo que vaya a pasar. Demostrar miedo es de débiles, y yo no soy débil.

Excepto dos noches atrás cuando Gianfranco me tuvo contra la cama y la pared hablándome como si fuera una de sus putas. Tonta yo por permitirlo. No sé que pasaba por mi mente, al permitir que me tenga recostada, a centímetros de mi boca y susurrándome al oído todo lo retorcido que haría conmigo.

Y lo peor de todo, es que no entiendo por qué esa noche al llegar a mi habitación y cambiarme, encontré mis bragas húmedas. Empapadas.

Excitación es algo que no sentía hace tiempo, hace años si me atrevo a decir. Ese sentimiento se me había prohibido al ser hija del capo y estar cautiva desde que tengo memoria.

No voy a negar que he visto a hombres atractivos en lo largo de mi vida, a través de las sombras en diferentes fiestas que mi padre organizó y me tocaba con solo verlos. Tratando de sentir o imaginar como es que un verdadero hombre toca a una mujer.

La última experiencia que tuve fue hace un par de años con un guardaespaldas que le pedí me tocara. Ni siquiera yo llegué a mojarme un poco y él se había corrido en los pantalones.

Un desperdicio total de tiempo y hombre.

Pero con Gianfranco surgió algo extraño, algo que odio surja en mí. Eso que no debo de permitir y está totalmente prohibido o la misión se irá a la mierda.

No habíamos hablado al volver a casa, fue lo mejor. Vittoria se fue con uno de los hombres de Gianfranco en otro carro porque él dijo que si la veía iba a explotar y gritarle por ir cuando claramente se le había prohibido ese derecho. Idiota.

Un celular suena y de inmediato sé que se trata del de Vittoria ya que el mío lo dejé en mi habitación. Nos encontrábamos en la planta baja del castillo ya que habían decidido hacer la ceremonia en el patio para tener "mayor seguridad".

Miro a Vittoria por el espejo y noto como su rostro cambia de felicidad a fruncir los labios hacia un lado, entrecerrando sus ojos y respirando aceleradamente.

—¿Sucede algo? —Pregunto.

Alza la mirada.

—Nada de qué preocuparse —responde nerviosa—, pero creo que hay un problema en la cocina así que ahora vengo.

Divina TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora