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Amelia

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Amelia

La suave brisa mañanera recorre mi rostro y hace volar mechones sueltos de mi cabello. Camino un poco más hasta que mis pies ya no pueden tocar el suelo, empezando a mantenerme en flote moviéndolos de un lado a otro e impulsándome con mis brazos.

Había aprendido a nadar a los seis años en una piscina, pero nunca había estado en la playa. Decidí despertarme a las cinco de la mañana para poder venir y pasar un rato fuera de esa casa, a pesar del dolor de cuerpo y cabeza que sentía me obligué a mí misma a levantarme.

Siento como las olas me mueven de un lado a otro de manera más calmada que cuando estaba en la orilla. Inhalo el extraño olor que el agua transmite, miro mis manos y veo que ambas huelen igual. Mis pies cosquillean con la arena y algunas cuantas conchas pequeñas.

Doy un pequeño suspiro antes de dejarme caer hacia atrás y hundirme.

Vuelvo a salir a flote cuando las sales de mar me queman los ojos y me limpio lo más rápido posible. Paso una mano por mi cabello, aun aleteando con los pies y mi cuerpo es arrastrado poco a poco más profundo.

Trato de dar media vuelta para volver cuando un muro duro me golpea la espalda.

Espera, ¿un muro en medio del mar?

Me giro para encontrarme con esos ojos verdes opacos que he tratado de evitar luego de anoche.

—¿Nadando? —Pregunta.

—No. Ahogándome.

Su boca se curva ligeramente hacia arriba.

—Se nota.

Desvío la mirada hacia su pecho desnudo que a pesar de estar al mismo nivel de profundidad que yo, no se cubre por completo. El agua cristalina me deja ver el short oscuro que lleva puesto y finjo no ver más allá de solo su prenda.

—Es la primera vez que intento nadar en el mar. No creí que sería tan difícil. —Le explico. ¿Por qué debo de darle explicaciones?

Me observa en silencio unos segundos. Trato de descifrar lo que intenta hacer, pero en un parpadeo lo veo hundirse.

Al instante después mis piernas flaquean y caigo de lado alzando mis brazos para tratar de buscar equilibrio, pero en ningún momento mi cabeza impacta con el agua. Los brazos de Gianfranco me sostienen con fuerza por la parte interna de mis muslos al igual que en mi nuca.

Por instinto levanto mis manos a su pecho y busco separarme, pero me lo impide.

—¿Qué haces?

—Ayudándote. —Me responde simple.

Mi corazón empieza a latir más acelerado de lo normal cuando camina conmigo en brazos por el mar. Solo puedo observarlo con los ojos entrecerrados, aun dudando de él.

Divina TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora