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Amelia

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Amelia

Ni la mirada furiosa y penetrante de Gianfranco o los murmullos de sus hombres y líderes de la mafia en el mundo que se encuentran sentados observándome como si se tratase de un ser inferior pueden hacerme dar un paso atrás.

Nunca me he agachado o puesto como una damisela que debe protegerse con mi familia, por lo que no encuentro ni puto sentido venir aquí y cambiar eso.

—De ninguna jodida manera, Amelia. Largo —Gianfranco alza la voz silenciando a todos en la oficina.

Cierro la puerta a mis espaldas y camino rodeando la mesa, siendo el foco de atención en estos momentos. Mi esposo se endereza levantándose de su silla cuando llego hasta él, justo al lado de un hombre que nos observa divertido.

—Entonces usted es la famosa Amelia, un gusto su majestad.

Lo miro de pies a cabeza ignorando el tono con el que me llamó.

—¿Qué no entiendes que significa largo?

—No me voy a ir de aquí, así que vete a la mierda.

Un viejo empieza a toser y todos los demás sueltan un suspiro de sorpresa y negación. Está claro que en este mundo machista y gobernado por hombres que la mujer sea quien le hable de esta manera al esposo, peor aún si se trata del Don que todos solo deben callar y obedecer sus órdenes.

Las fosas nasales de Gianfranco aletean con fuerza y se gira dándome la espalda. Creo que esta guerra está ganada cuando su voz sale profunda:

—Largo todos. Déjenme con mi mujer.

Los viejos se ponen de pie entre gruñidos y miradas asesinas a mi persona. Que se jodan. Que se joda todo el mundo.

Sí, estaba furiosa por la discusión que tuvimos en su habitación. Me había dicho que lo nuestro significaba cero para él, que era una simple herramienta... Claro.
Yo tampoco es que pueda tener con qué defenderme o quedar como la víctima. ¿Que él me haya dicho todo eso? Sí me jodió. Me jodió muchísimo.

Mis uñas se hunden con fuerza contra las palmas de mi mano viendo por el rabillo de mi ojo que Francesco es el último en salir suspirando mientras cierra la puerta. El silencio reina por varios segundos entre nosotros y me quedo quieta mirando la espalda ancha de Gianfranco.

—¿Cuándo será la misión? —Rompo el silencio— Estoy lista para lo que me necesiten.

—No necesitamos de ti un carajo.

—¿Perdón?

Se gira bruscamente, golpeándome con su pecho y retrocedo un paso golpeando mi cadera con el borde de la mesa. Su respiración se vuelve agitada y en los ojos noto lo enojado e irritado que puede estar. Bueno, mierda.

—¿Quién te dió permiso de meterte en mi puta reunión? —Acerca más su rostro al mío y su aliento me golpea—. ¿Qué? ¿Ya no eres valiente? Habla.

Divina TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora