Amelia
Gianfranco no ha dejado de maldecir desde hace una hora que dejamos la mansión y partimos rumbo al jet para volver a Roma.
Habían pasado tres días desde esa noche donde bailamos juntos y casi me ahogo con los besos que me daba. Por un lado, quisiera decir que me alegra ser ignorada de golpe por él y solo nos viéramos en las cenas, pero por el otro... Me siento rechazada.
Me dio justo en mi orgullo como mujer, de creer que lo tendría en la palma de mi mano en ese justo momento. Luego de salir de esa fiesta lo único que salió de su boca fue: Volvamos a la casa.
Estaba excitada. Me daba igual que sea el mismo diablo con quien me casé y el mismo al cual le tenía ganas. Solo quería tener una noche donde olvidarme del mundo, de los demás, las insistencias de mi padre y sus mandatos.
Desde ese mismo día tampoco ha parado de escribirme pidiendo que mande un informe de cómo van las cosas entre nosotros. Al parecer sus hombres están desesperados por saber si no les voy a traicionar.
Mientras maldecía a Gianfranco en las madrugadas donde más necesitaba de una compañía, me dedicaba a relatar en un documento lo sucedido con todo y detalle de la boda. Luego pasé a la luna de miel, saltando obviamente el hecho de que me devoró en la mesa cual postre. Tuve que mentir, diciendo que hasta ahora no nos hemos acercado más que simples roces o el beso en el altar.
Mantengo la mirada en el cielo despejado apartando los recuerdos de esa noche. Siempre que lo recuerdo me siento entrar en celo como una maldita perra y mi zona sur se humedece de inmediato, dándome un cosquilleo en el vientre y mi corazón golpea con fuerza.
¿Él también pensará en esa noche? ¿Se sentirá igual de atormentado como yo?
Lo miro. Tiene el ceño fruncido mientras presiona con fuerza la pantalla de su celular y farfulla maldiciones en italiano. Sus músculos se tensan en los brazos descubiertos por la camisa corta que lleva. Observo los tatuajes que adornan ambas extremidades, pero no logro entender que son, como si un tatuador haya derramado tinta por tirar.
Ha tratado de llamar a su hermana desde ayer y no ha recibido respuesta alguna, sus hombres tampoco se han pronunciado. Es la razón por la que estamos volviendo hoy a Italia. Se supone que nos quedaríamos más tiempo hasta que las cosas por allá se calmen por completo, pero Gianfranco necesita saber que su hermanita se encuentra sana y salva.
Imágenes de ella en peligro, a punto de morir y él ofreciéndose inunda mi mente. Sería una buena arma para usarlo contra él, no es duda alguna.
Pero por una extraña razón imaginar a Vittoria indefensa y golpeada hace que mi pecho duela.
Sigo observando a mi esposo, estudiando sus expresiones tratando de pensar en la razón por la cual el muy hijo de puta decidió ignorarme de un momento a otro y tratarme con la misma frialdad que desde el inicio.
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Divina Tentación
Teen FictionEn un mundo donde las lealtades se tejen con balas y promesas, mi destino se entrelaza con el de Gianfranco Schiaparelli, un heredero de la mafia italiana. Obligados a casarnos para sellar la paz entre nuestras familias, nuestro matrimonio es mucho...