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Gianfranco

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Gianfranco

—Puedes cogerme, ¿por favor?

Las palabras que acababan de salir desde su boca parecían una puta fantasía e irreal. Solo lo que solía escuchar en mi cabeza entre sueños o delirios sin sentido.

Enredo mi lengua con la suya, succionando cada maldita parte de ella y ahogándome sus gemidos para mí. Como si pueda volverla mía con ese simple acto al igual que apretando su cuerpo, creyendo y pidiendo que sea posible adherirla a mi piel y su alma me pertenezca. Pero eso es igual de imposible como que Amelia sienta algo por mí fuera de la atracción física.

Solo quiere una follada y ya.

Me separo de golpe. Amelia me mira con esos ojos oscuros, fríos como la noche más helada. No hay rastro de afecto en su mirada, solo esa distancia glacial que me recuerda lo imposible que es alcanzarla.

—¿Esto significa algo para ti, Amelia? —La pregunta sale sin que antes pueda formularla mejor, o pensar en qué demonios ocurre conmigo para decirlo.

¿Significa algo? ¿Qué carajos me sucede?

Definitivamente no significa nada para mí, ella no es más que un simple anzuelo para poder atraer al pendejo de Enzo a mis garras y acabar con su miserable vida de una vez. Sin embargo, algo muy dentro de mí espera su respuesta.

—¿Esto?

—Nosotros —Aclaro.

—¿De verdad esperas que esto signifique algo? —dice ella, su tono cortante, casi despectivo. Su voz no tiembla, ni un ápice de emoción se filtra entre sus palabras. Está segura de sí misma, tan inquebrantable como una pared de hielo.

La observo en silencio, dejando que el aire entre nosotros se espese con la tensión que ninguno de los dos se atreve a romper. Permanezco inmóvil, disfrutando de este perverso juego donde mis ojos recorren cada línea de su rostro, cada pequeña imperfección que otros podrían pasar por alto. No es la primera vez que nos encontramos en este abismo, donde el silencio es un arma que corto con mi mirada y donde las palabras se han vuelto insignificantes, meros adornos para aquellos que no tienen el valor de enfrentarse al verdadero poder de una mente fría.

Cualquier otro habría retrocedido ante la gélida indiferencia que destila su expresión, habría dejado que la inseguridad y el miedo los dominen. Pero yo no soy como los demás, no me inclino ante sus máscaras heladas ni me dejo intimidar por la dureza que proyecta. No, yo me deleito en este caos silencioso, en la violencia contenida en cada segundo que pasa. Siento la oscura satisfacción de saber que no importa cuán impenetrable intente ser, siempre encontraré una grieta por la cual infiltrarme, una debilidad que destrozaré con precisión despiadada.

—No espero nada, — respondo, mi voz tan controlada como la suya. Mis palabras son como cuchillas afiladas, cortando la poca conexión que pudiera haber entre nosotros. —lo que pienses o no, me da igual.

Divina TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora