Gianfranco
No tengo idea en qué momento todo se fue al carajo. Cuando decidí tirar el plan a la basura y perderme en las redes de la maldita esposa que tengo.
Mientras miro a la mujer que tengo aún frente a mí de rodillas observando mi rostro y haciendo una mueca con sus labios, trato de pensar en qué momento fue que perdí la cabeza. ¿Qué demonios sucede conmigo?
Decidí poner en peligro no solo el plan, también a otra mujer para ir por Enzo en lugar de Amelia, a quien sabía no le llegaría a tocar ni la punta de su cabello antes de recibir una bala en su frente de mi parte.
Maldita sea, Amelia. ¿Qué tienes que te metiste en mis huesos, en mi sangre, quemándome de adentro hacia afuera? Ahora todo lo que debería importarme se desmorona porque no puedo evitarlo: todo lo que hago es para verte más cerca, más vulnerable, más mía. Mi esposa, mi maldita debilidad. Respiro profundo mientras ella sigue mirándome con esa sonrisa apenas dibujada, esa mezcla de reto y burla.
Y lo peor es que lo sabe. Sabe que, con cada uno de sus movimientos, está tirando de los hilos que tejí con tanto cuidado, arrancándome las certezas. Me pregunto, por enésima vez, si la odio tanto como la deseo o si deseo tan intensamente odiarla. Pero esa frontera ya se volvió borrosa, y esa mujer, mi propia esposa, es la única a la que jamás podría someter del todo.
Así que aquí estoy, enredado en un caos que no pedí, en esta obsesión que ni siquiera puedo explicar. Porque cuando se trata de Amelia, las razones ya no existen. El plan, la lógica, el control... todo se desvanece. Me miro en sus ojos y sé que ya no soy el mismo, que perdí algo en el momento en que me atreví a cruzar esa línea. La delgada línea entre la pasión y el deber.
Aún puedo inhalar en el aire nuestro salvajismo, de su orgasmo y mi corrida entre sus piernas. Mierda. Siento que me pongo duro nuevamente al pensar que me corrí dentro de ella y ni siquiera replicó por ello.
Me pongo de pie, antes de volver a lanzarme encima de ella y follármela hasta que se desmaye. Tal vez algún día.
Me mira con sus ojos brillando desde abajo, los labios entre abiertos y mojados son una invitación a que quiera tirar de ellos entre mis dientes o meter mi miembro que sigue a la vista, hasta ahogarla y romperle la puta mandíbula.
Recuerdo su mirada cuando vio mis cicatrices en el pecho, las cuales me esforcé por ocultarlas durante muchos años. Incluso para Vittoria, aunque ella sabe que las tengo.
No mentí cuando le dije que era el precio de esta vida, nunca tuve una infancia de rosas y flores donde mis padres solo se preocupaban porque coma toda mi comida o tenga dulces sueños. Solo mi madre. Umberto Schiaparelli tubo mano dura siempre conmigo, pero no era el culpable de mi pecho destrozado, si no sus hombres a quienes obligaba me den una lección diaria.
Desde que tengo edad suficiente para poder pensar y hablar me entrenaron para ser el mejor de la generación. Pasé meses despertando a las cuatro de la mañana para hacer ejercicios en lugar de a las ocho y comer panqueques como un niño de cinco años normalmente hace con sus padres. Luego de que mi madre murió, fueron años aún más intensos donde simplemente me golpeaban por diversión. El capo me llevó con hombres gordos y grandes a luchar cuando yo apenas estaba en la adolescencia y Vittoria seguía siendo una niña que veía a su hermano llegar golpeado al borde del desmayo cada noche, pero que igual tenía las fuerzas suficientes para contarle un cuento o estar a su lado durante las noches y no se vaya a dormir sola en la oscuridad.
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Divina Tentación
Teen FictionEn un mundo donde las lealtades se tejen con balas y promesas, mi destino se entrelaza con el de Gianfranco Schiaparelli, un heredero de la mafia italiana. Obligados a casarnos para sellar la paz entre nuestras familias, nuestro matrimonio es mucho...