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Gianfranco

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Gianfranco

Hace muchos años mi madre me hizo una pregunta, que hasta ahora no encuentro respuesta correcta: ¿Qué eres?

Con tan solo seis años, le respondí: Un niño.

Nunca me quiso decir cuál era la respuesta, solo que debería seguir pensando, pensando y pensando. Una y otra vez. Antes de morir tampoco me dio la respuesta, se lo llevó hasta la tumba y dejando a un adolescente con miles de preguntas revoloteando en la cabeza.

No sabía quién era yo, pero sí sabía quién era ella. Una cobarde.

Aquella mujer que siempre prometió cuidar de mí y Vittoria, decidió matarse en una noche cualquiera luego de que haya dejado a mi hermana en su cuarto para que duerma.

Yo no había sospechado nada de lo que tenía planeado esa noche, nadie pensaba que fuera capaz de hacerlo. ¿Si en algún momento la noté triste? Nunca. Siempre sonreía y se mostraba feliz en todo momento.

Para cuando escuché el disparo y el fuerte golpe de algo cayendo desde el tejado al suelo, fue demasiado tarde.

Nadie había despertado a Vittoria, por obvias razones que seguía siendo solo una pequeña niña que no debíamos de traumar con semejante acontecimiento. Sin embargo, yo fui el primero de todos en salir corriendo al cuerpo masacrado de mi madre al lado de la pistola con la cual se disparó en la cabeza.

Mi madre era una cobarde, lo supe cuando mi padre me entregó su carta suicida que dejó indicando que estaba cansada de fingir ser feliz en el mundo de la mafia y tener que preocuparse porque ninguno de los enemigos de mi padre quiera atentar contra ella como varias veces habían amenazado.

Sophia Schiaparelli había muerto de la manera más tonta posible aquella noche de invierno, donde la nieve aún no empezaba a caer.

Tomo aire, tratando de alejarme los pensamientos que me atormentan desde hace años. Aquellos que me aseguré de mantener alejado de Vittoria para que ella al menos pueda vivir mejor que yo, con la conciencia limpia de no haber visto a su madre sin vida.

Cada vez que veía a mi hermana, solo reflejaba la viva imagen de nuestra madre. Su cabello rubio siempre está peinado hacia atrás y brillante como lo solía tener ella, al igual de sus ojos celestes y llenos de vida.

Mientras mi hermana es un ángel puro, yo soy el demonio que es capaz de asesinar a cualquiera que se atreve a tocarle un mechón por simple casualidad. Es por eso que cuando la vi herida llegar a casa el otro día una furia creció desde lo profundo de mi interior, buscando a algún culpable y torpemente lo encontré en Amelia. Cuando el único idiota aquí era yo por confiar en que estarían bien con Enzo rondando por ahí buscando matar a mi prometida.

El recuerdo de su rostro enfocado en el teclado del piano, únicamente alumbrado por la linterna opaca aparece como si me hubieran golpeado en el rostro. Me había quedado al otro lado del pasillo sin que me viera esperando a que en algún momento de la noche salga.

Divina TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora