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Jenn

Aún no entendía el atrevimiento de Jason a dejarme con su mierda e irse como si nada, haciendo que sea la única que se embarre las manos por él.

Éramos hermanos, inseparables, sabíamos absolutamente todo del otro; pero también sabía que tenía que hacerse cargo de las acciones que tomaba. A final de cuentas tampoco era la primera vez y nuestro padre se encargó de hacernos saber cómo manejarlo y qué hacer. Tendría que recordárselo de alguna manera.

—¿Dónde estás? —gruñí cuando contestó la llamada. Respiré para tranquilizarme un poco, odiaba que Jason fuera el único capaz de sacarme de mis casillas de esta manera—. ¿Acaso no piensas hacer nada con lo que hiciste? ¿Quieres que haga todo yo? Sé que te di mi ayuda, pero tampoco puedes dejarme  todo esto a mí.

Si yo me hacía cargo de mis decisiones él también debería, aunque entendía que Jason siempre había sido más sensible, papá se encargaba de remarcarlo cada que tenía la oportunidad. Pensaba que llamarle de todo ayudaría a esa fortaleza que tanto le exigía. Aún en ocasiones se le iba de las manos y tenía que respirar antes de que todo se le subiera a la cabeza.

Quizás es lo que hacía ahora, respirar. 

—Jenn, estoy...

—Yo no haré nada por ti —lo interrumpí dejando en claro mi posición—. Lo resolverás tu solo.

Aunque no creía que fuera así al cien por ciento, quería al menos que pensara que por primera vez me haría a un lado. Descubriría si así se lo tomaría más en serio.

Papá siempre había puesto más presión en él, aunque nunca fue el mayor y los segundos entre nuestros nacimientos nunca importaron. Tal vez tuvo que ver más con el género, porque en casa a Jason siempre le faltó fortaleza. Tampoco quería ser la persona que lo llevase a recordar esos tiempos donde la exigencia lo asfixiaba de tal modo.

Realmente él y todo el mundo sabía que nada ni nadie era capaz de romper nuestra relación.

—Y te recuerdo que la comida se acaba y es algo que se necesita —agregué tajante.

—Está bien, está bien —suspiró. Casi podía visualizarlo enfrente de mí, pasándose la mano por el rostro intentando mantenerse sereno, pensando a toda velocidad.

Arrojé el celular al sofá en cuanto colgó. Me levanté con pereza para tomar la llave del jarrón, donde siempre la poníamos para que a ningún entrometido se le ocurriera buscarla, y me dirijo hacia la puerta de la habitación, metiéndola en la cerradura y abriendo lentamente.

Obsesiones pelirrojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora