8. Remembranza

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   Yasuko Hamada parecía una persona "aburrida" en sus días libres. Su amigo y compañero, Zoroh, se lo remarcaba cada vez que podía. Aquel día caminaba tranquila por el supermercado en busca de los víveres que necesitaría por 15 días. Al llegar a su departamento se daría un baño, se prepararía algo para almorzar y pasaría el resto de la tarde viendo algo de televisión o leyendo un libro. Haría despues un poco de ejercicio, cena y a dormir.

   Lo que ganaba le permitía pagar impuestos, comer un poco mejor que el resto y gastar en alguna que otra cosa indispensable. La ropa ni hablar. Salvo por lo que usaba para trabajar, que era provisto por el mismo presupuesto de gastos del estado, el resto de sus posesiones eran vestimentas gastadas y viejas. En eso sí se parecía al promedio de la población.

   Y no es que se les pagara un poco mejor porque estaban pegados al poder; solo era una cuestión estratégica. Debían estar fuertes y lúcidos para proteger al Gran Jefe de Atlas. Por eso era obligatorio el entrenamiento, aunque era algo que disfrutaba hacer.

   Con sus ojos rasgados bajo unas gafas circulares oscuras, inspeccionaba su entorno. Era una costumbre ya. Todo el que respiraba era un sobreviviente de La Noche Clara, sin embargo no todos mantenían esa actitud alerta. Tomó un paquete de arroz y notó a una mujer rondando los 30 con una niña de la mano. La mujer tomó un paquete también, y la niña ocultó rápidamente uno más entre sus ropas. El cuerpo de la pequeña era en extremo delgado, apenas superado por el de la que parecía ser la madre. La niña la miró al darse cuenta de la cercanía de la mujer extranjera. Entonces Yasuko Hamada le sonrió para transmitirle tranquilidad. No estaba bien robar, pero no hacerlo les costaría la vida o un castigo de su madre por no obedecer, tal vez.

   No pudo evitar pensar que era una tremenda estupidez traer niños al mundo en medio de ese desastre de vida por más amor que exista ¿Acaso decidir no tenerlos no era ya en sí un acto de amor?

   La cajera comenzó a tiquear. La muchacha de no más de 20 estaba bien arreglada, pero se notaba su falta de aseo y tenía el cabello pastoso aunque bien peinado. Pasaba la mercadería con velocidad y poco interés. Yasuko le pagó con una tarjeta colocándola sobre una pequeña base con una equis roja que se iluminó al contacto. Detrás de ella venía la mujer y la niña; colocaron sus 4 o 5 artículos, y de pronto cayó al piso el arroz de la niña. La miró con ojos grandes sin saber qué hacer. Lo bueno era que la cajera no la vio.

   Yasuko se inclinó al piso de inmediato y tomó el paquete ante la mirada asustada de la niña y su madre.

—Se me cayó este paquete. Cóbralo, por favor.

   Debió soportar los ojos hastiados de la empleada. Pagó y se marchó sin más. Esperó con sus bolsas afuera hasta que vio a la mujer y la pequeña. La supuesta madre la observó temerosa, aún así, su expresión cambió cuando Yasuko extendió la mano con el paquete de arroz. Los delegados dedos tomaron el alimento con recelo ante el rostro serio con gafas de Hamada. La niña le sonrió y tras un gesto de saludo de la mujer, ambas se alejaron en silencio. Yasuko bajó la cabeza con la mente llena de recuerdos y caminó hasta su auto.

   Ya en su departamento se dio una ducha, tomó unos bocadillos de garbanzos horneados y colocó la música neo jazz que tanto le gustaba. Con el tazón sobre la barriga, recostada sobre el piso del monoambiente, recordó tantas cosas... Unos bocados y la imagen de su familia junto a ella llegando de las tierras del otro continente por trabajo. Tragó y tomó un poco más y sus padres cubriendo las ventanas de su antigua casa con cartones y cinta. Un sótano luego. Tragó. Fueron varias noches allí, iluminados por linternas solo cuando era indispensable.

   Suspiró. Una porción de la música con una grave y melodiosa voz y el murmullo de la suya cantando esas estrofas en un idioma que aprendió de pequeña. La Noche Clara y soldados rompiendo los cristales y las puertas. Habían salido del sótano hacía unos días. Ella oculta en la bajo mesada oyendo las balas surcando y resonando en cada disparo y los gritos de su familia. Oscuridad. Las botas contra el piso inspeccionando toda la casa, toda menos un mueble.

   Se descubrió cantando en susurros con la vista anegada pegada al techo

Atlas - Juego de poder (En Proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora