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Mientras más extravagante el cabello, más cerca de Dios

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Mientras más extravagante el cabello, más cerca de Dios

Grafton, Georgia

Cuando se trata del diario en las zonas rurales de los Estados Unidos, existen dos lugares en los cuales se concentra la vida de cualquier mujer que presuma sociedad: la iglesia y la peluquería. La primera ofrece sustento espiritual y hace las veces de círculo de terapia. En la segunda es donde verdaderamente se exorcizan los demonios.

«Mientras más extravagante el cabello, más cerca de Dios» no es solo la característica descripción de la espiritualidad de la mujer sureña, es un estilo de vida. Y no existe instante más crucial que la Semana Santa.

La denominada Semana Mayor es el evento social que inicia la temporada de primavera. Un error de presentación en la función de Pascua marcará la vida de las pobres víctimas por los próximos trescientos sesenta y cinco días, hasta alcanzar una segunda oportunidad de redención. 

En el caso de Grafton, los habitantes del pueblo confiaban Lidia Sutherland. Durante treinta años la mujer llevó en sus manos la vida de un puñado de feligresas dispuestas a demostrar la correlación entre la espiritualidad y la reducción de la capa de ozono, practicando el culto irracional a la laca para el cabello, sin conciencia del avance del estilo.

En ese salón se discutía todo, de manera libre y absoluta, disfrazado tras el muy pausado «Dios bendiga su alma»... todo, excepto la razón por la cual el salón cerró sus puertas por dos semanas en el otoño del 2003.

—Solo un par de minutos más bajo la secadora, señora Clark. Aguante, que la belleza conlleva sacrificio —Annie, la asistente de Lidia, mezclaba un tubo de color mientras que la dueña consultaba con una clienta habitual—. Como iba diciendo, el reverendo Harris estaba comentando que llegado el verano habrá una clínica gratuita para niños que se va a instituir en el centro comunal. Van a atenderse chicos de pueblos cercanos, incluso se hizo un acuerdo con la Reserva, para que los Cheroquis vengan a atenderse a Grafton. Vamos a tener un verano lleno de acción. 

—Supongo —Lidia se despidió con un abrazo de su clienta. De inmediato se hizo de una escobilla para limpiar el área de trabajo—. Tu vez la idea de extraños allegándose al pueblo como la posibilidad de aumentar clientela. Yo no puedo evitar sentirlo como una molestia temporal.  

Con tan solo dieciséis, Annie era demasiado joven para recordar la razón que provocaba ansiedad social en Lidia. Ni siquiera había nacido cuando el hijo de los Sutherland se perdió en el bosque adyacente al lago. A ella solo le tocó vivir en un mundo después de Key Sutherland, en donde Grafton se convirtió en el centro de una cantidad de misterios y emergentes leyendas urbanas.  A pesar de su cercanía a la familia, nunca osó preguntar. Para ella era suficiente que la familia le diera su apoyo cuando necesitó un trabajo con el cual ayudarse al cumplir los quince, mientras terminaba la escuela.  

—Todo listo, Lidia. ¿Segura que no quieres que me quede después de cerrar? La caja registradora está balanceada y es cuestión de dar estilo al cabello de la señora Clark. Puedo hacerlo.

—No te apures, querida, estoy segura de que te espera más trabajo en casa con ese abuelo tuyo, que es un dolor de cabeza.

Annie soltó un suspiro dramático ante de cerrar la puerta. Mañana sería otro día.  Cruzó la plaza, para continuar hacia las calles traseras del pueblo. Vivía junto a su abuelo en una casa modular, la cual estaba anclada a un terreno que podía acreditarse a su familia desde tiempos inmemoriales. La riqueza de la tierra no los hacía más pudientes, o a su abuelo menos orgulloso.

—¡Hola, abuelo! —Corrió a besarlo, provocando que Rolo, el pastor, alemán de la casa, saltara a reclamar un saludo igualmente efusivo. El perro lamió a Annie, antes de volver a su habitual posición de alerta. El abuelo, por su parte, le advirtió que andaba sudado por cortar leña—. No te preocupes por lo que consideras cochino. Comparado con el olor del cubre canas que tuve que soportar todo el día en el salón, el olor a pino que traes encima es una bendición. 

Ray Walker era un hombre de pocas palabras que se conformaba con vivir con su única nieta entre las inmediaciones de Grafton y la reservación cercana. Mitad Cherokee, optó por dejar la reserva cuando su hija fue violentada por un extranjero de paso. Aiyana, su hija, resultó embarazada, y decidió dar a luz a la criatura. Ray entendió que una vez esa decisión fue tomada, la vida de Annie tendría que ser una elaborada mentira. Creció pensando que su padre murió en un accidente antes de tener la oportunidad de casarse con su madre, quien murió de complicaciones de parto, llevándose el secreto a la tumba.  

Si algún día su nieta decidía preguntar, él le diría, sin dudas ni pena. Pero en Grafton, si alguien conocía o sospechaba, amaba en extremo a Annie o respetaba demasiado a Ray, para intentar desvelar verdades.

Annie era consciente de su relación a la tribu, como también sabía que su abuelo decidió criarla entre dos mundos, sin ser completamente partícipe de ninguno. 

—Dime que la señora Sutherland va a cerrar ese bendito salón, por lo menos desde el Jueves Santo.  Quedamos en ir a acampar.

—¡Claro! No me lo pierdo por nada, pero, abuelo... —Annie se mordió el labio inferior— ¿Vamos a estar de vuelta para el Domingo de Pascuas?

—Escucha, muchachita —contestó Walker mientras acomodaba la leña en el cobertizo—. Sabes que no soy de iglesia, pero cada día que quieres pasar conmigo es un regalo, así que bajo ninguna circunstancia voy a arruinar tus planes de exhibirte como el pavo real el bendito domingo. Llevas semanas trabajando en el maldito nido que vas a ponerte en la cabeza para combinar con tu vestido amarillo. 

—Es un fascinador, abuelo. Y cuento con la aprobación de Lidia, está casi tan emocionada como yo. Incluso, convenció al entrenador de que me escoltara al servicio. Dado que cierto viejo cascarrabias se niega...

—No voy a negarme a asistir a la iglesia el domingo. Me consta que tal cosa es arruinar la poca vida social que puedas tener —Ray refunfuñó, pensando que el sermón se extendería al menos a dos horas— y, en cuanto al entrenador se refiere, domingo o no, sigue siendo tu maestro de educación física. Lidia Sutherland lo tiene muy presente, espero que tú también.

La jovencita se ruborizó, volviéndose hacia la casa y cerrando con un portazo. Ray sonrió. Esa chiquilla era lo mejor, tras lo peor de su vida. Se detuvo por un instante a ver caer el sol, no pudo evitar reflexionar sobre esa noche, cuando se cimentó su amistad con la familia Sutherland en medio de una tragedia.

Levantó los ojos hacia la inmensidad de las montañas cubiertas en un eterno manto cerúleo y suspiró. Nadie conocía esos parajes como él y, sin embargo, veinte años más tarde, le era difícil explicar lo que aconteció y mucho más complicado vivir a sabiendas de que podía repetirse.

Afortunadamente, todos los que se comprometieron a guardar el secreto aquella noche, hicieron lo que debían para evitar volver a confrontar la pesadilla.

Sonata SiniestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora