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Cuando se acaba el silencio, parte 1

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Cuando se acaba el silencio, parte 1

Key Sutherland se detuvo frente a la puerta de la casa de Ray Walker. El camino entre la escuela y la residencia le sirvió para aceptarlo imposible. Los fragmentos de memorias que se habían disuelto entre su niñez y ese instante empezaron a aflorar en patrones dolorosos.

No. No se trató de un paseo cualquiera que lo llevó a perderse. La voz que le atrajo hasta el cruce de la arboleda, la cual por décadas pensó que había recreado de manera inconsciente, por el hecho de haber estado molesto y pendiente a Lena, no fue un fragmento de su imaginación. Las figuras monstruosas que se elevaron de la niebla, tampoco.

Ahora, era cuestión de hablar con el hombre que salvó su vida de niño, dando con él en un lugar en donde nadie más hubiese optado por buscar.

—¡Hola, Key! —Annie abrió la puerta antes de que Sutherland tocara—. Vine a ver que alborotó a Rolo y aquí te encuentro. —El pastor alemán dejó escapar un ladrido amigable, mientras Key le acariciaba la cabeza. 

—Hola, entrenador Sutherland. —La voz de Ray llegó desde la cocina. El hombre, sin lugar a dudas, tenía muy buen oído—. El hecho de que sea verano no te da derecho a ser fresca, muchachita.  —Se acercó, sabiendo que su comentario haría que Annie se sonrojara y tratara de desaparecer a velocidad. Su media sonrisa desapareció al ver la cara de Sutherland.

—Necesitamos hablar, Ray, sobre todas las cosas que siempre te negaste a discutir.

—Annie, saca a Rolo a pasear, ¿quieres? —La pregunta llegó como una orden, y la jovencita, resignada, tronó los dedos, indicando al perro que saldrían por un rato.

—¿Qué quieres de mí, Key? —No lo invitó a pasar, como años antes, su padre le había negado la entrada a la casa. Hay asuntos que se discuten al aire libre, donde los espíritus no puedan adherirse a las paredes, y hacer su hogar en habitaciones humanas. Le acercó una silla de madera, para que pudiera sentarse junto a él al pie de un arce.

—Por veinte años —comenzó Sutherland—, he sido parte del folclor local. Todos saben las historias. Niños antes que yo, y nacidos después, cantan las rimas sobre el bosque, las voces que imitan perfectamente a amigos y seres queridos, la gente que se pierde y nunca vuelve. Pero solo yo lo he vivido en carne propia. Y al mismo tiempo, solo yo estoy obligado a callar, o peor, a no preguntar. Te lo juro, Ray, no me importó hasta ahora. Y la razón por la que ahora me importa no es otra que Lena.

»Hace unos días, pasamos unas noches juntos, y de la peor manera descubrí que ella ha estado replicando mis pesadillas durante todo este tiempo. Ella, que ni siquiera estuvo allí. Y no me interesa hablar sobre traumas compartidos, Ray. Anoche escuché las voces, volví a verlos, sentí cómo sus dedos, hechos de sombra y niebla, se convertían en falanges tangibles que se enterraban en mi espalda, tratando de alimentarme a unas fauces infernales cubiertas de verde. A...

Sonata SiniestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora