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Todo aquello que debe reconciliarse

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Todo aquello que debe reconciliarse

La luz de la mañana no se hizo esperar. Sus ojos cerrados percibieron un resplandor rosado y la piel se le sentía pegada a la tela de la camisa, empapada tanto en sudor como en rocío.

Estaba adolorido y algo confundido, pero vivo.

Key Sutherland sobrevivió una noche que pareció eterna. No estaba seguro de haber recordado su odisea de niño o de haber sido víctima una vez más, pero su despertar se vio plagado por el eco de voces perdidas en el tiempo, guiándole a través de un laberinto de figuras deformadas por la presencia de sombras.

Poco a poco, el mundo real fue ocupando su percepción. Pero, aunque el frío de los adoquines pulidos del cementerio se convirtió en una sensación bien recibida, se negó a permanecer en el suelo, con tal de no olvidar las cosas que aprendió en ese instante en el que descubrió que no existían cosas tales como pesadillas, más bien instantes que negaban la razón, pero que no por eso dejaban de ser ciertos.

Volvió sobre sus pasos, sin importarle lo que la gente del pueblo, despierta a primeras horas, pudiera pensar sobre su ropa desarreglada y sucia, o de las pequeñas heridas que, al abrirse, lo mancharon con sangre.

Estaba a punto de subir a la camioneta, cuando escucho su nombre.

—Ciaran Sutherland. No te muevas de allí, por favor. No te vayas sin hablar.

Lena, quien le había visto a través de las amplias ventanas que daban a la calle, bajo las escaleras. Llevaba un uniforme de hospital azul oscuro y el cabello atado en la habitual coleta que indicaba horas de trabajo.

—¿Dónde estuviste? ¿Qué te paso? —Todo lo que habían ensayado en su cabeza desapareció al verlo maltrecho—. Anoche me asomé a la ventana de arriba y noté que no te fuiste en la camioneta. Te llamé, y todo se iba a mensaje. ¿Te hiciste daño? Te...

Key se mantuvo en silencio, observándola, para luego poner un dedo sobre sus labios, rogándole sin palabras, que le diera un momento. La mirada de Sutherland se suavizó. Dejando atrás cualquier otro sentimiento, sus labios se curvaron en una sonrisa.

—Todo está bien, Olena Harrington —contestó, imitando el tono inicial con el que Lena le reclamó atención—. Tuve un pequeño incidente, nada más. Un par de cervezas, un trastabillar y un trío no muy romántico con el banco de la plaza y el suelo. En fin, hubiese preferido quedarme discutiendo contigo a hacer un papelón, ¿qué le vamos a hacer?

—No te creo —Lena le contestó mientras entrelazaba sus manos con las suyas—; no hueles en lo mínimo a alcohol y estás demasiado despierto para cargar una resaca. Tal vez, de aquí a mañana, me digas dónde estabas y que estabas haciendo en realidad, pero no tengo ánimo de interrogarte o de pelear contigo. A lo mejor, como dijiste anoche, ni siquiera tengo derecho. Pero, habiendo dicho esto, también tengo que reconocer que has estado allí, para mí. Constante, amoroso, y...

Sutherland no le iba a permitir sentirse culpable. Dio un paso adelante y la besó. Fue un beso pausado, sin pretensiones, uno de esos besos que son suficientes para entender que quedan cosas por repararse, pero algo tan simple como el rozar de unos labios es un primer paso, firme y seguro.

—Eres única, Lena. No quiero asustarte, pero me gustas demasiado. Odié pelearme contigo antes de decírtelo. Me revienta que se nos está haciendo tarde —dijo, levantando la vista—. La señorita Zurina esta haciendo su mejor papel de pueblerina, sentada en el jeep y simulando que no nos esta viendo, pero en poco va a decir algo. ¿Nos vemos en la noche?

Se despidió de Lena una vez más y levantó la mano para saludar a Zuri. Esperó, aparcado en la camioneta hasta que las mujeres salieron por la calle principal del pueblo. Sacó el teléfono y marcó el número de la escuela.

—Hola, Clau, ¿el plantel está abierto hasta el medio día?

—Como todos los veranos, Key —respondió la secretaria. Claudia y Key se conocian desde la escuela superior, uno de esos casos que nunca abandonaron el pueblo—. ¿Vienes a buscar equipo al gimnasio? Si es así, ven temprano. Hay que llenar formas de requisición.

—No, Cooper esta cubriendo el campamento de verano este año. Me interesa el archivo antiguo de la biblioteca.

—¿Diapositivas de periódicos? Nadie está en espera de esos récords. Ven cuando quieras.

—¿Te parece si te ganas el sueldo, Clau? Consígueme todo lo que tengas sobre los Shea. Te llevo pastelillos y café...

Colgó el celular, y justo antes de encender la camioneta, su corazón comenzó a latir, desbordante. El choque de tratar de reconciliar la realidad cotidiana con revelaciones que podían llevar a cualquiera a la locura, le estaba llevando a tener un ataque de pánico.

La sensación volvió a atacarlo mientras tomaba una ducha, y lo arregló abriendo el grifo hasta que el agua caliente quemó su piel y le aseguró que estaba vivo, y ante todo, anclado a la realidad.

En la biblioteca, logró disimular, mientras hablaba con Claudia, quien ejercía tanto de secretaria como bibliotecaria en los meses de descanso, sobre uno que otro asunto que quedó pendiente ante las vacaciones de verano. La mujer le comentó que no tenía que preocuparse por el jugador estrella para el próximo semestre; la escuela de verano estaba funcionando. Cosas simples, que le ayudaban a digerir aquellas que iba descubriendo entre datos ya olvidados.

Entre sorbos de café, logró separar la historia de los Shea, dentro y fuera del pueblo, durante gran parte del siglo XX.

—¿Te molesta si te hago una pregunta rara, Clau? —dijo, mientras veía sobre unos titulares de finales de los 90—. Tu madre era muy amiga de Evelyn Shea, ¿cierto?

—Como uña y mugre. Todavía llora su muerte.

—¿Alguna vez la has escuchado hablar de lo que se comentaba en el pueblo sobre ella? La Gaceta de Blue Ridge no es lo que se diga una fuente confiable, sobre todo cuando se trata de comentar lo que sucede en un pueblo pequeño. Pero me llama la atención esta línea: «Fuentes allegadas al pueblo indican que la joven tenía razones para huir; motivos que comprometían a su familia.»

—Ah, eso —Claudia consideró si tenía la suficiente confianza con Sutherland como para hacer una broma—. Escándalo de condones rotos. Mamá me llegó a contar que la abuela le prohibió la amistad con Evelyn, porque en el pueblo se regó que estaba embarazada. Si me preguntan, a los veintitrés años, nadie tiene derecho a meterse en la vida de otros a ese nivel. Una de las cosas que más le pesan a mamá fue no haber intervenido por su amiga.

—Lamentable... —Sutherland se puso en pie, previniendo que Clau continuara—. Gracias por el acceso a la biblioteca, eres un sol.

Mientras caminaba hacia su vehículo, un nuevo acceso de náusea se apoderó de él. Recordó la visión de la noche anterior. En algún momento se vio corriendo entre los árboles, junto a una joven de cabellos claros, la cual, en su carrera, protegía su vientre, mientras las voces suspendidas en el aire reclamaban sangre Shea. Decenas de sombras elevaban sus voces, mientras una silueta tímida y bañada de azul, trataba de mostrarle el camino fuera de la niebla.

Key no tenía idea de quién era la sombra, pero algo en su aspecto, que se dejaba ver como un palpitar de luz en el borde de su visión, le dio idea de a quién buscar para completar el rompecabezas.

Tomó la primera salida de Grafton, hacia los terrenos entre la reserva Cherokee y el pueblo.

—Al diablo los Walker y su silencio, vamos a hablar tú y yo, Ray.

Sonata SiniestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora