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Aquello que se esconde entre los árboles

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Aquello que se esconde entre los árboles

Key conducía la camioneta a gran velocidad, pero con total confianza. Conocía esos caminos desde niño. Junto a él, Ray Walker aparecía tranquilo. Sus ojos a medio cerrar indicaban que estaba escuchando la voz del espíritu que, por años, se había declarado su aliado. Sus labios repetían, con seguridad, cada vuelta, cada paso complicado a través de la foresta y cuando ya no pudieron encontrar un paso pavimentado, comenzaron a caminar, adentrándose en la montaña.

La luz era mínima, la tormenta que comenzó a anunciarse la noche anterior era inminente.

—Esto no es natural —observó Key—, mientras los árboles a su paso se ensanchaban con las gotas de lluvia, para luego dejar escapar una sabia dorada, que se empozaba en las raíces, tornándose roja.

—Es una distracción —Ray había visto esos intentos una y otra vez—. No trates de evitarlos, o racionalizarlos, acéptalos como algo real y mantén tu atención en lo que quieres.

—Lena. —El nombre no abandonó los labios de Sutherland.

***

—No estoy loca —Vana repetía, sin recibir contestación de Lena. Mientras utilizaba la antigua y afilada navaja para hacer un corte en el hombro de la mujer—. Este lugar me debe. Cuando tu madre no cumplió, y decidió huir de su destino, todo se vino abajo. La relativa prosperidad en la que nuestros poblados vivieron hasta entonces, desapareció. No solo fueron desastres naturales; colapsos económicos inesperados comenzaron a consumirnos. Todo se estaba yendo al infierno en una canasta.

Alrededor de las mujeres, la naturaleza comenzó a danzar, las voces reclamaban el pago a siglos de estabilidad, gemían por ser libres de su parte del trato. Algunos de los espíritus, se asomaban de entre los árboles, lamentando la suerte que los ató a un destino el cual solo un puñado entre ellos determinó. Otros, temerosos, llamaban a su hermana silente, quien parecía no estar allí para detener la mano de los que ansiaban la muerte de Lena.

El cuerpo de la joven fue levantado del altar. Las ropas blancas con las que Vana la había vestido, empezaron a salpicarse de pintas carmesí, producto de las heridas. El vuelo de sus faldas seguía la música, que en un principio no era más que un chillido desagradable y aterrador, pero con cada verdad, por más dolorosa que fuera, se convertía en un compás que obligaba su corazón a aceptar el sacrificio. 

—El precio a pagar por ser un Shea es la muerte, y, para evitar la muerte de todos, mis manos hicieron lo que las manos de una madre jamás deberían —Vana quito la atención de Lena para ver la navaja, recordando el día en que enterró el filo en el tierno corazón de su hijo—. Nadie entenderá lo que amo este suelo. Ofrecí a mi hijo para acallar las voces, para cerrar el pacto.  ¿Qué recibí en respuesta? Unos cuantos años de supervivencia a duras penas y la decepción de que Christopher no fuera suficiente. «Demasiado joven para decidir», dijeron. Demasiado, cuando era lo único que tenía. Dioses indolentes, no consideraron el valor de su sangre, y solo me dejaron con una canción constante en mi cabeza. Cada palabra me llevó hasta ti. Pensar que, en algún momento, estuviste tan cerca, para luego irte lejos. —Cada palabra aumentaba su desvarío—. Fuiste prometida. ¡Fuiste prometida! —Gritó enfurecida volviendo su atención a Lena—. Voy a cumplir. Ya no importa si aceptas o no. La sangre de los Shea muere contigo.

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