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Espacios vacíos

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Espacios vacíos

Walker entró al pueblo como jinete del apocalipsis. Estacionó su camioneta cruzada frente a la entrada de la casa.

—Mantente conmigo, Annie, y si te pido que te encierres en la cabina, ¡es que vueles! Y no me cuestiones.

La muchacha estaba tan nerviosa que no encontró qué decir, nunca había visto a su abuelo tan fuera de sí como el instante en que colgó la llamada con Key Sutherland. La casa parecía estar cerrada por dentro, pero el portón del patio trasero no estaba asegurado. Cuando entraron, descubrieron que las puertas dobles que conectaban la casa con el patio estaban abiertas de par en par.

Zuri estaba en el suelo. Sin nadie para sostenerla, había caído sobre su costado. Annie tuvo la impresión de estar viendo un pez fuera del agua, luchando por vivir entre bocanadas de aire que no hacen más que adelantar su muerte. Los ojos expresivos de la mujer se movieron hacia la mesa en cuanto Walker la levantó entre sus brazos, para acomodarla en el sofá.

—La tarta, abuelo. —Annie observó—. La crema está ennegrecida.

—No toques nada. Ve al mueble con Zuri y acomoda su cabeza en tu falda, rótala, y no permitas que se ahogue.  Dame el teléfono, voy a llamar a emergencias.

Ray levantó la cuchara de postre, la cual presentaba una costra negra que quedo pegada al metal una vez se deshizo la crema y el azúcar. Para el momento en que la operadora de emergencias contestó, ya sabía de qué se trataba.

—Necesito reportar un envenenamiento con flora local. Alguien parece haber consumido campana del diablo. Está presentando problemas motores y respiratorios.

Una vez dio los datos a la operadora y abrió las puertas de la casa, para permitir la entrada del equipo de emergencias, volvió junto a su nieta y a Zuri. Acarició el cabello de la segunda como si se tratara de la misma Annie, limpiando las finas gotas de sudor de su frente.

—Todo va a estar bien, doctorcita. Trate de cerrar los ojos. Quien le dio este veneno fue cruel, las campanas provocan alucinaciones terribles. Si es que puedes escucharme, si reconoces mi voz, todo estará bien. Zuri. Cerró los párpados de la joven; por fortuna, la dosis no fue letal.

Los paramédicos llegaron a la escena listos para efectuar un lavado gástrico y transferir a la paciente al hospital regional.

—Ve con ella, Annie. No te separes de Zuri.

—¿Dónde está Lena, abuelo? —La chica estaba tratando de cubrir las bases, dentro de lo que se podía pasar por la cabeza.

—De Lena nos encargamos Key y yo. Tú, quédate con la doctora Rivera y recuerda, solo mantén comunicación conmigo.

Le esperaba una noche larga. Tras los paramédicos llegaría la policía, y con ellos, las preguntas.

***

Sonata SiniestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora