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Las cosas que se encuentran en el camino

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Las cosas que se encuentran en el camino

Condado de Hamilton, Tennessee

El viaje de New York al aeropuerto regional de Chattanooga fue, por decir algo, entretenido. Lena no era de apostar y mucho menos burlona, pero no pudo evitar apostar diez dólares y una cena con Zuri a que al menos seis de los estudiantes que llegaron a tomar la pasantía no sobrevivirían el verano. 

—Gucci, Louis Vuitton y Louboutin, los que pagaron para viajar de New York a Washington en primera clase, no van a soportar tener que bajar del jet para hacer una conexión al aire libre. Los campeones de Bloomingdales y la Quinta Avenida puede que duren una semana.

—Bienvenidos al verano que va a separar a los médicos de vocación de los nenes de papá y mamá.  —Zuri puso la mano en contra de la ventanilla, mientras el avión todavía esperaba turno en la pista del pequeño aeropuerto—. ¡Madre mía! Se siente el calor hasta en la cabina. Esta pista tiene que ser la antesala del infierno.

—Ah, ¿la criatura tropical no tiene palmeras que la protejan? Creo que voy a disfrutar, recordándole al Caribe que le hace falta campo. —Lena chasqueó los dedos frente a Zuri, carcajeándose con fingida superioridad.

—El Caribe también es campo, mamita y se lleva en la sangre. Dame dos días y voy a estar aclimatada. Tú, por el contrario, estás empezando a sufrir del síndrome del cuello rojo, y todavía no hemos llegado a recoger las maletas.

—¿De qué hablas?

Zuri le señaló a Lena que la parte expuesta entre su cuello y espalda estaba enrojecida en pedazos, como suele suceder con la exposición prolongada al sol.

—Es eso, o estás desarrollando alergia a la cadena que compraste.

Lena tocó la parte trasera de su cuello, no pudo percibir rupturas o levantamientos palpables. Optó por desamarrar la coleta en la que tenía recogido el cabello, para no llamar la atención sobre su piel.

Una vez recogieron el equipaje, un par de administradores de hospital, representando a Georgia y Tennessee les esperaban en la sala del aeropuerto, acompañados de un par de asistentes, uno de los cuales sostenía un pequeño letrero que leía «Procedentes de NYU MED, pasantía de verano»,  junto con el logo de presentación del hospital de neoyorquino.

Uno tras uno, los médicos practicantes se fueron presentando, mientras los administradores determinaban quienes estaban asignados a su zona.

—Y por último, Harrington y Riviera.

—Harrington y Ri-ve-ra —corrigió Zuri sin vacilar, mientras extendía su mano para saludar—. Si yo puedo decir Schwarzenegger sin problema, de seguro a usted solo le hace falta práctica.

El hombre la miró por encima de la montura de sus lentes y Lena pudo percibir una leve mueca de incomodidad que desapareció ante la impuesta hospitalidad sureña.  

—Hmmm. Interesante —dijo el funcionario, evitando repetir el apellido—. Tanto usted como Harrington están asignadas al condado de Fanning. Van a asistir con las necesidades de tres localidades en Blue Ridge: Grafton, Mineral y Morganton desde una clínica rodante situada en Morganton. Deben presentar un informe bisemanal que ha de ser aprobado por un supervisor en Atlanta y debe llegar a nuestras manos vía correo electrónico, con copia al coordinador de clínica. Por asuntos de conveniencia, queríamos alojarlas en Morganton, pero solo Grafton parece tener espacios disponibles. No es una distancia considerable entre ambas poblaciones, pero tampoco hay transporte público.

—Gracias —Lena se adelantó antes de que Zuri dijera otra palabra—. A partir de ahora solo necesito la dirección de la clínica en Morganton. Soy local, nacida en Blue Ridge. Conozco el área y es cuestión de alquilar un vehículo. En menos de un minuto, todo queda resuelto.

***
—Si vas a pretender protegerme de un cerdo racista, no lo hagas evadiendo una confrontación. «Todo resuelto», ¿en serio? —Zuri estaba molesta. De vez en cuando, pegaba con los nudillos contra el cristal del pasajero, para acentuar sus palabras.

—Existe el racismo, el prejuicio, y entonces están las reglas no escritas, Zuri —Lena se apresuró a recalcar—. El sur es un lugar complejo. No creo que el hombre menospreciara tu apellido. Se sintió humillado por la manera en que lo corregiste.

—¿Es mi culpa, entonces? ¡Qué huevos te gastas!

Lena respiró profundo.

—No es New York. No lo será ni en doscientos años. Pero tampoco es la sucursal del infierno que muchos piensan. Hay más gente buena que mala, es todo cuestión de saber leerlos.

Zuri bajó los pies del tablero del jeep, se estaba vislumbrando un área poblada, tras millas incontables de bosque espeso. El lugar tenía la apariencia de un centro comercial limitado, con apenas seis o siete establecimientos, de los cuales, un espacio vacío había sido designado como clínica. Varios carteles de bienvenida, pintados a mano en inconfundible letra infantil, leían «Bienvenidas, Doctoras» sobre un campo de flores de acuarela y manos plasmadas en tonos brillantes.

—¡Válgame! —Exclamó Zuri, tratando de deshacerse de la impresión inicial.

—Bienvenida al verdadero triángulo de las Bermudas, el lugar donde toda la afluencia de los Estados Unidos parece desaparecer. Un punto de contradicciones donde la gente cree en la idea de salir de la pobreza por su propio esfuerzo, pero el gobierno y otras entidades, no dejan de ponerles la bota encima. ¿Por qué la salud está en decadencia? Dos litros de Coca Cola cuestan menos que uno de leche. —Lena hizo una pausa para permitirse continuar, algo pareció perturbarle—. Morganton y Mineral están echados a perder, pero te  aseguro que Grafton no es tan horrible.

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