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Cosas que se escapan al detalle

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Cosas que se escapan al detalle

Key tardó dos días en volver a ver a Lena. Durante ese tiempo, la llamó más veces de lo que se considera saludable.

—¿Podrías creerlo, Lena? —Sutherland le mintió con facilidad, como lo hacen aquellos que creen que las omisiones son justificadas—. Me llaman de la escuela, en el verano en que no estoy de turno, solo para obligarme a ir a una capacitación en Atlanta. No quiero parecer renuente a actuar como un profesor, pero... ¿Qué tanto hay que filosofar correspondiente a cómo planificar un touchdown? Les dije que tenía una... hmmm... situación que reconciliar, pero no me dieron tiempo de pasar a hablar contigo.

—No hay problema, Key. Hablaremos cuando llegues. Tú tienes un fin de semana atareado y yo, sin pensarlo, me acomodé una agenda cargada también. Quedé en ver a unos pacientes el domingo, en la clínica, fuera de horario para verificar si califican para ayuda social.

—Cuídate entonces, tengo unas llamadas que hacer. Cuando llegues a la casa, busca lo que te dejé en el buzón. Te amo.

Lena no contestó, y cuando pudo hacerlo, Sutherland ya no estaba en la línea.

—¡Por Dios, Lele! Parece que el entrenador te mentó la madre. No he visto un par más de comedia romántica que ustedes dos. —Zuri, quien estaba al volante, continuó—. Te dijo que te ama, hasta acá afuera se escuchó. Digo, por si acaso entendiste otra cosa. Todo bien, a menos que me pidas que llegue hasta el aeropuerto para detener el vuelo y todas esas cosas. ¡Ni loca vuelves a darte una escapada, para dejarme con la clínica! Mira que Vana anda incordia desde que decidió confesarse a medias los otros días.

—Uno de estos días voy a ir al infierno por tu culpa. Me haces sentir miserable por reírme. ¡Eres de lo peor! —Lena le pegó con el celular.

—Defecto o ventaja de fábrica, todavía no decido      —contestó Zuri—, pero para mí, las tragedias tienen vida corta. No es que no me compadezca por Fisher, sería inhumano. Pero al mismo tiempo, hay que saber archivar. La situación seria de hoy, es la anécdota de mañana. De lo contrario, no se puede vivir.

En cuanto llegaron a la casa, Lena corrió al buzón. Zuri se quedó atrás, para concederle el momento. Harrington abrió una funda de terciopelo en la cual se hallaba el cuarzo rosado que le había devuelto a Key tras la discusión. La cadena plateada en la que ella montó la prenda estaba a un lado. La piedra ahora estaba acompañada de una fina tira de cuero, con unos diminutos símbolos tenidos a lo largo del collar. Junto con la prenda, había una nota:

Mientras consulto a algún experto en lo apropiado para regalar tras una primera pelea, quiero que sepas que colgué el teléfono a propósito. Llevo un rato pensando cómo decirte que te amo, y con un miedo terrible de que no sientas lo mismo. Me quieras o no, por favor, úsalo hasta mi regreso. -Key

—Eres tan ridículo como tan adorable —murmuró entre sonrisas, mientras se ponía el collar.

Al levantar la vista, notó que Zuri aún no se bajaba del auto. Parecía estar entretenida con su propio teléfono. Miraba la pantalla con intensidad, repasando sus mensajes. De vez en cuando, pasaba la lengua entre sus dientes antes de morder su labio inferior. Tras años de conocerla, el gesto indicaba a Lena lo que consideraba la señal universal de la incomodidad para su amiga.

—Voy a tener que salir un instante, Lele. Voy al mercado a comprar unas cositas. ¿Se te ofrece algo?

—No. Nada. Se me va a ofrecer hacerte bullying cuando vuelvas, doña «haz una lista y verifícala dos veces». —Se volvió hacia la casa, con la sensación extraña de que Zuri traía algo entre manos. Algo no muy placentero, por la forma apresurada en que arrancó el vehículo—. Todos tienen derecho a al menos un secreto, o a un mal día —dijo, mientras subía las escaleras.

Zuri dio un par de vueltas, antes de llegar al mercado del pueblo. La distancia era como para caminarla, pero no estaba de humor para tener conversaciones al aire libre, en un lugar donde todos parecían interesados en la vida ajena. Marcó un número, el cual fue contestado de inmediato.

—Sutherland, sabes que te aprecio más que estudiante de arte al David de Miguel Ángel. Pero, dado que tus nalgas no son mías para ver, entiende lo siguiente. No me agrada la idea de hablar sobre Lena cuando ella no está al tanto. Yo celebro todo en una pareja, menos los secretos y estoy empezando a temer que este es el tipo de secreto que no me compete saber...

—Lamento meterte en esto, señorita Zurina —Key trató de arreglarlo todo con un tono de humor, que no fue bien recibido—. Pero te necesito cerca de Lena. No puedo explicar mucho por ahora, pero, por favor, eviten las salidas durante la noche. Si la ves distraída, no la dejes sola y más que nada, por lo más que quieras, no la dejes quitarse ese cuarzo.

—Todo esto que me dices, que, para comenzar, no tiene el mínimo sentido para un ser pensante, no se compara con el hecho de que vas de camino a Maryland, ¡a Maryland!, a hablar con la madre de Lena, quien está en tratamiento tras un intento de suicidio, a hablar sobre asuntos que puedan ser desencadenantes para ella y con consecuencias desastrosas para mi mejor amiga.

—Lo sé —Key le dio la razón—. Parece una locura darle a la carretera por casi diez horas para tratar de corroborar algo que bien puede ser una estupidez. Pero Zuri, te juro que no se trata de una tontería... —Se detuvo a considerar por un instante. No tenía seguridad de que tanto Ray Walker estaba dispuesto a compartir con una extraña, pero necesitaba a Zuri de su lado. Era la persona más cercana a Lena—. Zuri, no tengo tiempo para permanecer al teléfono. Estoy a punto de entrar en la interestatal, y el tráfico es cosa del demonio. Pero, si puedes, mañana, habla con Ray Walker. Él podrá explicarte mis razones.

Era preferible así. Walker sabría qué palabras utilizar. Si por dieciséis años logró mantener a su nieta al margen de su extraña herencia de sangre, de seguro encontraría cómo convencer a Zuri de ayudar, sin tener que decir una verdad la cual la mujer no aceptaría sin pruebas.

Tomó la salida de Georgia hacia la interestatal. Manejaría toda la noche de ser preciso. Tenía que hablar con Ivy Harrington. Después de descubrir la verdad de boca de Ray, todo hacía sentido en su cabeza, excepto Lena. Su novia era la pieza que no encajaba.

Pensó una y otra vez en Susan Hardy y en Mina Shea; tal vez el amor creó una conexión entre la pareja, y permitío a la una ver el mundo oculto de la otra. Pero Susan Hardy nunca tuvo pesadillas como las que perseguían a Lena, momentos como los que él presenció, sin poder decirle que entendía a perfección aquello que le perseguía en sus sueños. Asuntos que al igual que a él, la persiguieron desde niña, que permitieron a los espíritus silvanos copiarla a la perfección, imitarla sin necesidad de referencia.

Lena tenía una conexión directa, y la única persona capacitada para corroborarlo era Ivy Harrington. Después de todo, y gracias al acceso a los récords del Departamento de Educación, Key dio con ese eslabón perdido en la narrativa. Los récords médicos de Lena durante sus años escolares en Grafton eran limitados. Pero, incidentalmente, la enfermera del recinto hizo una nota que lo llevó a conducir sin parar, en busca de respuestas.

Sonata SiniestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora