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Un pueblo en decadencia

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Un pueblo en decadencia

—Verá, doctorcita. No se trata de no cuidarse la dieta o de ser vago —el paciente argumentaba con Lena—. Es que a veces hay que escoger entre la comida y la medicina. Y eso, sin contar, que, como hoy, un día en el médico es un día sin trabajo.

—No ponga palabras en mi boca —Lena lo corrigió con cariño—. Nadie ha dicho que se trate de vagancia o dejadez. El cuestionario es solo eso, un cuestionario. Cuando se trata de diabetes tipo 2, tenemos que contar con un cuadro amplio. No se trata solo de evitar heridas, tratar de balancear el estilo de vida, ayuda.

—El día que la insulina me deje de salir en casi una semana de sueldo, podemos hablar de comer como conejos.

Lena exhaló, tratando de esconder su frustración. No se trataba del paciente. Más bien de un sistema creado para remediar, y no prevenir, el cual solo atendía a aquellos quienes podían darse el lujo de pagar.

—Vamos a hacer un trato. Entiendo lo importante que es para usted no faltar a su trabajo. Si se compromete a venir el domingo, por media hora, me encargaré personalmente de ponerlo en contacto con una fundación que se encargará de cubrir los gastos de insulina. Solo debe traer el comprobante de sus ingresos. ¿Le parece?

El hombre la miró como si fuera la primera persona en tratarlo como a un ser con inteligencia y sensibilidad. Se levantó y estrechó la mano de Harrington antes de despedirse.

—Cuente con eso, doctora. Diga usted la hora y estaré aquí.

***

A eso de la una de la tarde, Zuri y Vera aparecieron con un par de refrescos de lata y una canasta de bocadillos variados: desde pequeñas tartas de manzana, pasando por carne ahumada, panecillos, conservas de fruta y lo que parecía ser un par de docenas de huevos frescos.

—Cortesía de los habitantes de Mineral —Zuri levantó un frasco de conserva de moras—, donde nadie entiende el concepto de clínica gratuita. —Su tono no era de burla, y así lo hizo saber.

—Son gente humilde, pero orgullosa —comentó Vana—. Es su forma de pagar. No aceptarlo implica perder pacientes, porque les aseguro, no volverán.

—Nada de que quejarse, Fisher. Esto vale un ojo de la cara en cualquier mercado en New York. Productos orgánicos y demás. Oye, Lele —dijo, fijándose en Lena—. Te criaste en esta región, ¿no? ¿Eres de esas personas que vuelve y encuentra que sus impresiones de juventud cambiaron? Nada que ver con intereses humanos. Ya hemos visto lo rapidito que te volviste a interesar por el football. Fuera de bromas; la pregunta es: ¿Esto es lo que esperabas al volver?

Lena movió la cabeza en negativa, mientras sonreía. Zuri no perdía tiempo al recordarle a Key.

—No recuerdo cuando vinimos a vivir a Grafton. Era a penas una bebé. Pero para el momento en que partí, entre los siete y ocho años, el área de los tres pueblos era un poco más próspera. Aunque, siendo una niña, no podría asegurarlo. Los hijos no estamos del todo conscientes de los sacrificios de nuestros padres.

Sonata SiniestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora