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Dos y dos son cuatro

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Dos y dos son cuatro

Zuri seguía dividida entre hablar con Lena y marcar el número de Ray Walker. Se preguntaba cómo reaccionaría el hombre al recibir una llamada personal. Las veces que intercambiaron palabras, Walker fue amable en extremo, pero no era lo que podía considerar un amigo cercano.

—Acabo de hablar con mamá —Lena le anunció mientras entraba a escribir el resumen de tratamiento de uno de los tantos pacientes de la tarde anterior. Zuri aprovechó para probar las aguas.

—¿Cómo sigue tu mami? ¿Algún cambio?  

—Hoy tuvimos lo que se podría decir la llamada perfecta. Se sentía feliz, llena de energía, me contó sus planes para el otoño, incluso. Luego de hablar con ella, crucé unas palabras con el terapista y su médico. Es como si nada hubiese pasado.

Zuri miró disimuladamente su teléfono, esperando un texto de Key. Si Sutherland tuvo tiempo de hablar con la madre de Lena, llegaron a un común acuerdo, y por eso la mujer no mencionó nada.

—Oye, Lele, ¿qué te parece si invitamos a Ray Walker a cenar esta noche?

—¿De dónde sale eso? —Lena no tenía objeciones, pero le sorprendió la idea de que Zuri estuviese dispuesta a cocinar un sábado en la noche—. ¿No que dijiste que estabas en el ánimo de convertirte en la reina de la vida social de Grafton? Cenar con el abuelo de una paciente no es el pináculo de un fin de semana de acción.

—¿Has visto a Walker? Anda en sus sesenta, pero no es como que tenga fecha de expiración a la vista. Y, además —añadió con su usual sentido del humor—, usted no tiene idea de lo que son conexiones mi amiga. El hombre es mi puerta al asistente del alguacil de la reserva. Todavía no estoy segura si voy como india que llama a indio o de colonizadora a la conquista, pero de que le entro, le entro.  

—¡Zurina Rivera, eres lo peor! —Lena bajó el tono, como si alguien más pudiera escucharlas—. Tu falta de corrección política es agravante.

—Tengo cartas en tres diferentes razas, y voy a usarlas. Tú, deja de preocuparte por mí, y termina ese informe. Te prometí que iba a enviar los archivos, pero no pienso esperar la noche por ti. 

El celular de Lena sonó en el momento en el que terminaba sus notas. Se levantó, indicando a Zuri que todo estaba listo, y salió de la sala para hablar con Key. Zuri lamentó que no se quedara cerca. Le había dicho de todo a Sutherland la noche anterior, pero entendía que el hombre se preocupaba por su amiga, necesitaba saber lo que había descubierto en Maryland.

Entretanto, comenzó a enviar los archivos, informe tras informe los resultados de la pasantía, iban primero a Atlanta y luego Nueva York. Por lo general, los procesos le resultaban burocráticos en extremo, pero este, en particular, carecía de sentido. Mientras tecleaba, siguió pensando en sus conversaciones secretas con Key.

—Escucha, Sutherland —la segunda llamada después de que Key saliera para Maryland no fue más fácil que la primera—, sé que mi actitud puede ser molesta, pero no es fácil andar a ciegas. Sí, el romance de infancia y el hilo rojo del destino son muy lindos. Pero no voy a negar que, en dos semanas, al menos para mí, pasaste a ser del entrenador interesante al tipo raro que algo se trae. ¡Todo el maldito pueblo parece traerse algo, si me preguntas!

—No tengo tiempo para cubrir todas tus dudas, Zuri. ¿Hablaste con Ray Walker?

—No, a menos que me digas que diablos tengo que hablar con él. No es tan difícil.

Sutherland pausó del otro lado de la línea.

—Voy a decirte todo lo que puedo, de la forma más concisa. Lena es adoptada, o al menos eso pienso. Es lo que voy a corroborar con su madre. Lo que tengo en mente es que, ella puede estar relacionada con la familia Shea. —Una segunda y larga pausa hizo que Zuri mencionara su nombre un par de veces, insegura de encontrarlo en la línea—. No puedo decir más, excepto que los Shea tienen una conexión desagradable con el pueblo y me temo que alguien haya provocado que Lena regresara a Grafton, con el motivo de reconectarse con su familia.

Desde ese instante, todo comenzó a parecerle sospechoso. Recordó cómo la invitación a la pasantía llegó a su correo electrónico sin ella haber llenado una propuesta; en ese instante, lo consideró un golpe de suerte. Tal vez no fue casualidad que el entrevistador le preguntara sobre su vida fuera de NYU Med, hasta dar con su mejor amiga, la cual el hombre insistió en que debía llenar la aplicación también.

—Está corroborado. La fundación médica que avala la pasantía es legal. No hay forma de que la universidad apruebe una beca sin el papeleo necesario, pero que tal si... —dejó sus pensamientos a mitad, para marcar un número de teléfono.

—Zuri, ¿estás por terminar? —Lena preguntó mientras iba a abrir la puerta.

—Un par de minutos, y listo.

Llamó al primer número, en Nueva York, solo para descubrir que la fundación no deseaba darse a conocer.

—Todos los papeles están en orden —le aseguró el oficial de becas.  

—Todo bien para usted y su sueldo acomodado —le dijo, sin agradecerle—. Pero cuando una estudiante de medicina recibe una alerta de auditoría de parte del Departamento de Servicio de Impuestos Internos, debe entender que la mente se va del paciente a lo que pueda venir. —Estaba segura de poder agobiar al oficial de becas solo con seguir hablando a velocidad vertiginosa—. Esto es fácil de resolver, tengo un expediente abierto con ellos. Solo necesito proveer el nombre de la fundación. Fundación SMed ATL no es suficiente para un contador de rentas internas. Si lo paso directo a usted, ¡adiós a su paz mental! Le aseguro que no va a tener que lidiar en exclusiva con el contador, sino conmigo, porque mi paz mental está en juego y...

—Dado que se trata de rentas internas —el hombre casi grita, para detenerla—. No hay problema. Ellos tienen el nombre de la fundación. Si lo que quieren es corroborar, indique que se trata de Shea Medical, Atlanta.

Zuri le dio las gracias, mientras sentía que su presión arterial iba en aumento.

—¡Dios, tengo que llamar a Key! Pero primero... —Buscó en la base de datos el contacto de emergencia de Annie Walker y dejó un mensaje para Ray. —Hola, señor Walker, le habla Zuri. Entre las idas forzadas a la iglesia y una que otra cosita, entre ellas el romance entre Key y Lena, se me antoja hablar con alguien que tenga una perspectiva fresca de las cosas. Pase por nuestra casa esta noche. Yo me encargo de la comida, usted traiga su presencia y una marca de cerveza decente. Annie está invitada, por supuesto.

—Zuri, ¿no dijiste un par de minutos?

—Voy bajando, Lele.

Escaleras abajo, su mente no pudo evitar pensar en el típico refrán: dos y dos son cuatro. La explicación más simple, siempre será preferible a la más compleja. La casa donde se estaban hospedando perteneció a la familia Shea. Vana Fisher era no solo la dueña de la casa, sino, la administradora de la pasantía en Grafton. Por ende...

—Espero que haya terminado sin apuros, doctora Rivera —la voz de la mujer en la que recién estaba pensando le provocó un sobresalto. Vana Fisher estaba al pie de la escalera. Tras de ella, Lena, sonreía con cara de quien necesita ayuda. 

—Adivina, Zuri, Vana trajo una de sus deliciosas tartas. Se sentía algo sola esta noche y bueno, como tú estás en el ánimo de un sábado callado, podemos hacer algo de té y pasar un buen rato.

Zuri asintió. Por primera vez no tenía la energía para expresarlo en palabras, pero necesitaba que Walker respondiera el mensaje, o mejor aún, que Key entrara por la puerta que daba al balcón.

Sonata SiniestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora