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Vio su rostro reflejado en el espejo que había sobre la chimenea de mármol y lo miró fijamente. Estaba pálido y tenía un rictus de tensión en los labios, pero, por lo demás, su aspecto era el normal. Ni sangre ni cicatrices.

El mismo Huang Renjun de siempre. Veinticuatro años, padre y esposo, por ese orden. Sonrió amargamente. Aquella era una verdad a la que nunca se había atrevido a enfrentarse.

«Lo querías», se dijo, «y lo conseguiste, en el corto espacio de seis meses. No está mal para un ingenuo muchacho de diecisiete años». Pero Jaemin tenía veinticuatro años, pensó con cinismo, y la suficiente experiencia como para dejarse atrapar por el truco más viejo del mundo.

Pero, entonces, el cinismo lo abandonó. No había sido ningún truco, no tenía derecho a denigrarse a sí mismo llamando truco a algo que en absoluto lo fue.

Tenía diecisiete años cuando conoció a Jaemin, y era muy inocente.

Era la primera vez que iba a una discoteca, acompañado de un grupo de amigos que se rieron de su miedo a que les preguntaran la edad y no les dejaran pasar.

—¡Oh, vamos! —le dijeron— Si te preguntan cuántos años tienes, miénteles, como hacemos nosotros.

Fue consciente de la presencia de Jaemin desde el momento de entrar. Era fuerte, delgado y muy atractivo, tanto como una estrella de cine.

Sus amigos también advirtieron su presencia, y se rieron tontamente al comprobar que no ocultaba su interés por ellos.

Pero, en realidad, era a Renjun a quien estaba mirando. Renjun, con su pelo largo, rubio y ondulado, que enmarcaba su preciosa cara.

Su amigo Doyoung le había maquillado y le había prestado uno de sus jeans ajustados y un pequeño top que dejaba al descubierto su ombligo cada vez que giraba al ritmo de la música. Si sus padres lo hubieran visto así vestido, se habrían muerto del susto. Pero estaba pasando el fin de semana en casa de Doyoung, mientras sus padres se habían ido a visitar a unos parientes, así que no podían ver cómo su único hijo pasaba el tiempo mientras ellos estaban fuera.

Y fue a Renjun a quien Jaemin se acercó cuando pusieron una canción lenta.

Le dio un toquecito en el hombro para que se volviera y sonrió, con gracia y confianza en sí mismo. Consciente de la envidia de las demás personas, dejó que lo tomara entre sus brazos sin una palabra de protesta.

Renjun todavía podía recordar aquel hormigueo al sentir su tacto, su proximidad, su suave pero firme masculinidad.

Bailaron durante mucho rato antes de que él hablara.

—¿Cómo te llamas?

—Renjun —le respondió él con timidez— Huang Renjun.

—Hola, Huang Renjun —dijo Jaemin con un murmullo—. Na Jaemin.

Cuando estaba absorbiendo todavía las dulces resonancias de su voz suavemente modulada, Jaemin le puso la mano bajo el top y él se estremeció al sentir su tacto sobre la piel desnuda de su espalda. Jaemin le atrajo hacia sí, pero no hizo ningún intento de besarlo, tampoco le dijo que saliera del local con él y dejara a sus amigos. Tan sólo le pidió el número de teléfono y prometió llamarlo muy pronto.

Renjun pasó la semana siguiente pegado al teléfono, esperando con impaciencia su llamada.

En su primera cita, lo llevó en coche. Un Ford rojo.

—Es el coche de la empresa —le dijo con una sonrisa que no llegó a comprender bien.

Amablemente, pero con una intensidad que le hacía contener el aliento, Jaemin le dio confianza para que le hablara de sí mismo. De su familia, de sus amigos, de sus gustos. De su ambición de estudiar Arte para dedicarse a la publicidad. Al decirle aquello, Jaemin frunció el ceño y le preguntó su edad. Incapaz de mentir, Renjun se sonrojó y le dijo la verdad. Jaemin frunció el ceño todavía más y él se mordió el labio porque sabía que lo había echado todo a perder. Jaemin lo llevó de vuelta a casa y se despidió con un escueto «Buenas noches».

 [ M. F ]      -     Renmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora