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iAlguna vez Renjun... qué? Se preguntaba Renjun metido en el pequeño cuarto de baño de Sakuya mientras esperaba a que Jaemin saliera de su dormitorio para no tener que encontrarse con él.

¿Si alguna vez Renjun descubría que había habido una mujer? Bueno, Renjun ya lo había descubierto.

¿Si alguna vez Renjun decidía crecer?, se dijo cínicamente, y se miró al espejo con cierto sobresalto, porque era casi como mirar a otra persona.

«Mírate», se dijo. «Escondiéndote aquí cuando ni siquiera tienes que usar el baño. No te atreves a bañarte por miedo a que el agua te estropeara el peinado, ni a lavarte porque si no puedes rehacer el maquillaje. Jaemin te va a invitar a cenar, pero sólo porque se siente culpable y, además, espera salir con la persona que acaba de conocer, la misma que se mira desde el espejo, pero esa persona no es más que una ilusión. Un disfraz bajo el que él verdadero Renjun está tratando de ocultarse».

Oyó que se cerraba una puerta y luego el andar característico de Jaemin, que bajaba las escaleras. Renjun dio un profundo suspiro, miró de reojo al hombre del espejo y salió de su escondite. En el brazo llevaba uno de los trajes que se había comprado, y lo colgó en la puerta del guardarropa, luego, se alejó unos pasos, preguntándose si se atrevería a ponérselo o no.

Era un traje muy elegante, que resaltaba un más su figura. Él dependiente se había dado cuenta de su desconcierto al ver cuánto marcaba su cuerpo y había ido a buscar una chaqueta de terciopelo negra con mangas y que marcaba todo su torso.

¿Iba a ponérselo o no?, se preguntó reflexivamente. ¿O se ponía el traje negro que llevaba normalmente cuando salía con Jaemin?

Yerin entró apresuradamente en la habitación, colorada y oliendo a polvos de talco. Se acercó a Renjun y abrió mucho los ojos al ver el traje nuevo.

—¿Te lo vas a poner, papi? —preguntó con dulzura.

—No lo sé —respondió Renjun con incertidumbre— Puede que... lo mejor sea ponerme mi traje negro... —dijo extendiendo el brazo para sacarlo del armario. La niña lo detuvo.

—¡Pero no puedes ponerte eso! —exclamó con horror— Papá se ha puesto su esmoquin con pajarita esta guapísimo

Renjun frunció los labios. Sin duda, el maravilloso papá de Yerin merecía algo mejor que su viejo traje negro.

—Además, ese traje negro es muy aburrido —dijo la niña.

«Aburrido», se repitió Renjun. Era una palabra con lo que estaba muy familiarizado las últimas semanas.

—Bueno, entonces, me pondré el nuevo —dijo. Si el viejo Renjun era aburrido, el nuevo estaba decidido a no serlo—. Ve a ayudar a la abuela mientras yo me visto.

Se agachó y le dio un beso en la mejilla. Yerin salió corriendo de la habitación. A Renjun le dio la impresión de que estaba impaciente por ayudar a su abuela, orgullosa de colaborar a que sus padres pudieran salir.

Se vistió y bajó. Sus hijos y su suegra, que estaban cenando en la cocina, se quedaron boquiabiertos.

Había llegado el momento de saber la opinión del verdadero experto, pensó deteniéndose antes de entrar en el salón. Yerin tenía razón, se dijo observándolo al entrar, Jaemin estaba guapísimo con el esmoquin. Pero se trataba de algo más que del elegante corte del traje, era el hombre que lo llevaba el que marcaba la diferencia. Tenía un aire de madurez y sofisticación que parecía aumentar el innato atractivo que siempre había tenido.

Estaba junto al mueble bar, sirviéndose una tónica, y no se había dado cuenta de su presencia. Renjun se alegró porque así tenía tiempo de calmar el efecto que tenía sobre sus sentidos.

Llevaba el pelo tan informal como siempre, ni muy corto ni muy largo, con un peinado ni moderno ni anticuado. Y eso decía mucho de su carácter. Jaemin siempre dejaba huella en la gente porque no era ni muy convencional ni demasiado extravagante. Era un hombre con una gran confianza en sí mismo, pero que mantenía en el misterio una parte de su personalidad, lo que le hacía aún más atractivo.

Renjun no podía dejar de sentirse intimidado ante aquel hombre y pasaba nerviosamente los dedos por el borde de la chaqueta. No solía pensar en él en aquellos términos. De hecho, no solía pensar en él como otra cosa que no fuera su marido. Ésa era otra novedad a la que tenía que hacer frente, que pudiera sentirse intimidado por un hombre con el que llevaba viviendo siete años.

Jaemin se dio la vuelta y lo vio en el umbral de la puerta. A Renjun le dio un vuelco el corazón al ver que fruncía el ceño y lo observaba de arriba abajo, pero no podía ver bien la expresión de sus ojos.

«Se esconde, huye de mi», se dijo Renjun, «lo hace todo el tiempo».

Incluso en aquellos instantes en que veía cómo observaba su nuevo peinado y su rostro maquillado, no podía saber lo que estaba pensando. El traje era mucho más fino que cualquier cosa que se hubiera puesto en su vida, realzaba su esbelta figura, pero Jaemin lo observó sin dar la menor muestra de aprobación o disgusto.

Luego, sin previo aviso, un brillo de emoción cruzó por sus ojos antes de desaparecer de nuevo.

Renjun se sobresaltó, porque estaba seguro de que sus ojos no revelaban otra cosa que tristeza. Pero, ¿por qué debía Jaemin sentir tristeza al verlo vestido así para salir con él?
O, tal vez, no fuera tristeza, tal vez fuera su conciencia culpable. ¿Qué había dicho su madre? «Lo tienes guardado entre algodones». Aquella frase debía haberle calado muy hondo, y, en aquellos instantes, allí estaba él, distinto, convertido en otro hombre. Y Jaemin debía saber que él nunca habría llegado tan lejos si él no lo hubiera hecho sentirse tan inseguro.

—¿Quieres algo de beber antes de que nos vayamos? —preguntó Jaemin.

Renjun se dio cuenta de que no iba a hacer ningún comentario sobre el traje y sintió una gran decepción.

—No... gracias —replicó con voz grave— ¿Has... has reservado mesa?

Jaemin sonrió.

—Sí —dijo—. ¿Nos vamos?

Renjun solo puedo asentir con la cabeza.

 [ M. F ]      -     Renmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora