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Cuando Renjun volvió en sí, estaba echado en el sofá y tenía algo frío y húmedo sobre la frente.

Cuatro rostros con reconocible parecido entre ellos le miraban con preocupación. Sonrió débilmente y recibió cuatro sonrisas en respuesta.

Jaemin estaba de rodillas a su lado y agarraba a Sakuya con un brazo. Con una mano, agarraba la de Renjun. Ryo-Dae y Yerin estaban a su lado, cada uno apoyado en uno de los hombros de su padre. Era una imagen muy dulce y deseó tener papel y lápiz para poder inmortalizada.

—¿Cómo estás? —le preguntó Jaemin.

—Mareado —dijo Renjun, luego miró a sus hijos mayores—. Lo siento —dijo con un susurro y recibió dos sollozos como respuesta.

Aquellos sollozos expresaban sus arrepentimientos, sus disculpas, su amor y su miedo al verlo desmayarse. Luego, le contaron su aventura atropelladamente: habían llamado a un taxi, reunido sus ahorros para pagarlo, y habían llegado a la oficina de su padre antes de que él llegara, con la consiguiente preocupación para todos los empleados.

—Y metiendo el miedo en el cuerpo a vuestro papá —dijo Jaemin, y se quedaron callados.

Jaemin dirigió una seria mirada a Renjun, que agachó los ojos. —Lo planearon todo muy concienzudamente —añadió—.Llamaron a la compañía de taxis a la que tú llamas cuando yo estoy de viaje. Dijeron que estabas enfermo y que querías que los llevaran a mi oficina. Incluso le entregaron al taxista una de mis tarjetas de visita para que todo fuera más creíble.

—Yerin —dijo Renjun, recordando lo importante que se sentía la niña cuando le encargaba que llamara a un taxi para llevarlos al colegio cuando Jaemin no estaba.

La pobre niña agachó la cabeza.

—Yo pensé en usar la tarjeta de papá —intervino Ryo, compartiendo valientemente las culpas con su hermana.

Aunque todos sabían que el cerebro de aquella operación había sido la revoltosa Yerin.

—Lo siento —susurró la pequeña, y Renjun vio con una punzada en el corazón cómo se limpiaba las lágrimas con su pequeña manita.
El hecho de que no se acercara a su padre Jaemin para buscar su reconfortante abrazo, le decía a Renjun que, antes de su llegada, Jaemin los había reprendido severamente por su aventura.

Renjun observó a Jaemin. Estaba pálido y tenía los labios fruncidos, signo de una rabia contenida. Sostenía a Sakuya, abrazándolo como si necesitara el calor de su cuerpecito para consolarse de lo que realmente deseaba... abrazar a los mellizos.

Jaemin se dio cuenta de que Renjun lo estaba observando y frunció el ceño.

—Mi secretaria está haciendo café —dijo— En cuanto venga, le diré que baje con los niños a la cafetería para que coman algo. Tenemos que hablar.

Aquello sonaba como una amenaza. Renjun agachó la vista y se incorporó. En ese momento, llegó una joven de rostro muy agradable con una bandeja llena.

Sin dejar a Sakuya, Jaemin se levantó y se acercó a ella. Mientras dejaba la bandeja en la mesa, le dijo algo en voz baja y llamó a los mellizos. Los niños le obedecieron con tal presteza que se vieron confirmadas las sospechas de Renjun de que les había estado regañando.

Un momento después, Sakuya reposaba confiadamente en los brazos de la joven, que salió de la habitación dejando paso a los mellizos. Jaemin sirvió el café.
No dijo nada hasta que le ofreció una taza a Renjun, sentándose a su lado para comprobar que le apuraba hasta el último sorbo.

—Bueno, ¿qué ha pasado? —le preguntó entonces. Renjun reconoció sus culpas.

—He sido muy impaciente con ellos —admitió—. Más de lo normal. Supongo que se han ofendido, así que se han ido a buscar consuelo a otra parte —dijo y dejó la taza en el suelo. Estaba a punto de llorar otra vez— Pensé que habían ido a casa de tu madre... los he buscado por todas partes... Pero no se me ocurrió que fueran a venir aquí.

—Está bien —dijo Jaemin, agarrándole las manos— No te atormentes más. Están bien, ya lo has visto.

Renjun asintió, tratando de tranquilizarse. —Lo siento —dijo al cabo de un rato.

—¿Por qué?

—Por no ser un buen padre para los niños —dijo—. Por... venir aquí.

—Algunas veces, Renjun —dijo Jaemin, perdiendo la paciencia—, me pregunto qué pasa por esa cabeza tuya.

—¿Les has pegado?

Jaemin frunció el ceño. —No, me contuve —dijo secamente— ¡Pero los he regañado muy seriamente! Lo que han hecho ha sido estúpido y peligroso, y además, no había razón para hacerla —dijo sacudiendo la cabeza— Ryo ha encajado bien la bronca, pero Yerin estaba consternada. Creo que nunca le había gritado así.

—Te perdonará —le aseguró Renjun. Yerin adoraba a su padre.

—No, si es como tu, no lo hará —dijo Jaemin, y Renjun agachó la mirada.

—No se trata de ... perdonar —murmuró— Lo que me pasa es que no puedo olvidar. Has ensombrecido mi mundo, Jaemin.

—Lo sé —dijo Jaemin, observando con tristeza sus manos entrelazadas—Y el mío también. No es que importe, pero yo me lo merezco, tú no.

—Entonces, ¿por qué lo hiciste?

Jaemin suspiró profundamente y soltó la mano de Renjun para pasársela por la cabeza.

—Porque ella estaba allí —respondió de manera brutal, y frunció el ceño al ver que Renjun se sobresaltaba

—Debes haberle hecho mucho daño.

—¿Sí? —dijo Jaemin — No es como otras mujeres, Renjun. Las mujeres como Sungkyung tienen la piel curtida, no se les hace daño tan fácilmente.

—Y con eso te justificas, ¿no?

—No —dijo Jaemin y se apoyó los codos en las rodillas y se quedó mirando al suelo sobriamente— Pero no puedo sentirme culpable por sus sentimientos cuando no ha tenido en cuenta los míos.

Renjun frunció el ceño, sin entender a qué se refería. Jaemin lo vio y suspiró.

—Si trato de explicártelo todo, ¿me escucharás? —dijo.

¿Lo escucharía? ¿Quería saberlo todo? ¿Podría aceptar la verdad?

Apartó los ojos de él. Le temblaban los labios y estaba lleno de incertidumbre.
Jaemin le agarró la mano y la estrechó.

—Por favor —le pidió de nuevo— Fuiste y sigues siendo la única persona a quien he amado, Renjun. Si no puedes oír nada más, por favor, oye eso, porque es la verdad.

—Entonces, ¿por qué te acostaste con Sungkyung?

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 [ M. F ]      -     Renmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora