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¿Creía que era vengativo? ¿Qué vivía en una casa de juguete? ¡Y a los niños! ¡Había llamado mocosos a sus hijos!

Renjun recogió los platos donde habían cenado los niños y se dispuso a lavarlos. Podría haberlos metido en el lavavajillas, pero aquella actividad le daba la oportunidad de descargar su rabia.

Jaemin apareció a sus espaldas y lo apretó contra el fregadero.

—Lo siento —dijo besándolo en la nuca— No quería decir eso.

Renjun suspiró, restregando un plato de tal modo que el dibujo corría el riesgo de desgastarse.

—Entonces ¿por qué lo has dicho?

—Porque ... —dijo Jaemin, pero se interrumpió para seguir besando a Renjun en el
cuello.

—¿Porque qué? —insistió Renjun.

—Porque estaba decepcionado —dijo Jaemin—. Porque he pasado toda la semana sin pensar en otra cosa que en esa maldita cama. Porque me sentía culpable por haber olvidado el problema de tus padres. Porque... —dijo y se detuvo para dar un suspiro—, no quiero dormir con Ryo. Quiero dormir contigo. Quiero despertarme la mañana de Navidad y ver tu cara sobre la almohada. Porque... maldita sea, hay un millón de porqués. Pero todos desembocan en una sola causa. Me he puesto así porque me has quitado el único sitio donde me siento cerca de ti. Necesito esa cama, Renjun, la necesito.

Con un repentino sollozo, Renjun dejó caer el plato que estaba fregando y se dio la vuelta para apoyarse en el pecho de Jaemin.

—Ah, Jaemin —susurró—. Estoy tan triste.

—Lo sé —dijo Jaemin con un suspiro abrazándolo y acariciando su espalda. Apoyó su cabeza en la de Renjun y, una vez más, su cuerpo se convirtió en su refugio.

Finalmente, Renjun consiguió calmarse y Jaemin lo agarró por la barbilla para examinar su rostro. El le dejó, tan silencioso y petulante como Yerin.

—Mi madre me va a matar si te ve así —dijo Jaemin sonriendo— una mirada y me acusará sin escucharme.

Renjun, a su pesar, le devolvió la sonrisa. Pero Jaemin tenía razón. SunHee siempre se ponía de su lado cuando discutían, tuviera razón o no.

—¿Me perdonas? —le preguntó Jaemin, apartándole el pelo de la cara— Vamos a firmar un tregua, Renjun. Vamos a ser felices estas Navidades. Incluso cederé muestra maldita cama si eso te hace feliz.

—¿Quién ha dicho que me haga feliz? —objetó Renjun, metiendo las manos en el pantalón de Jaemin para buscar un pañuelo. Rozó con los dedos sus genitales y Jaemin dio un respingo.

—No me provoques, pequeño —lo acusó Jaemin asombrado, porque sabía cuál era su intención. Y sonrió al comprobar que allí estaba el viejo Renjun, el que pensó que había perdido para siempre— Vamos a firmar una tregua, Renjun —le rogó con voz ronca— Por favor.

—¡Has llamado mocosos a los niños!

—¿He dicho eso? —dijo Jaemin, y parecía sinceramente sorprendido.

—¡Y mucho más!

—Me pregunto por qué no me has tirado nada —murmuró Jaemin—. ¿Me perdonas?

Renjun consideró la propuesta, complacido por el modo en que Jaemin le acariciaba el cuello y las mejillas. —¿De verdad eres millonario? —le preguntó.

—¿También he dicho eso? Debo haberme vuelto loco.

—¿Lo eres? —insistió Renjun.

—Si te digo que sí, ¿voy a ganar un poco más de respeto en esta casa? —dijo Jaemin con una sonrisa.

—Tal vez.

—Entonces, sí. Tienes a un millonario delante de ti. Tal vez a un multimillonario, añadiré, sólo para conseguir un poco más de respetabilidad, ya sabes —dijo con buen humor.

Renjun se sintió dolido porque sabía que le estaba diciendo la verdad. Jaemin era un hombre muy rico y el ni siquiera lo había sabido. Para el no era más que Jaemin, el hombre al que llevaba amando toda su vida.

—¿Una tregua? —le preguntó nuevamente Jaemin, rozando su boca con los labios.

—Sí —murmuró Renjun y cerró los ojos.

—¿Por mis millones?

—Por supuesto —dijo Renjun sonriendo—. ¿Por qué otra cosa iba a ceder?

Jaemin se rió, porque, si conocía en algo a Renjun, sabía que no era interesado. Lo besó en la frente y se dio la vuelta agarrándolo de la mano.

—Entonces, ven y charla conmigo mientras me cambio —le dijo.

La habitación estaba bañada, como de costumbre, por una tenue luz anaranjada.

—Esta noche, por supuesto, podemos dormir en nuestra cama —comentó Renjun distraídamente, y recibió una palmadita en las nalgas. Entraron en el cuarto de baño riendo.

Fueron unas Navidades felices, tranquilas, alegres, pero terminaron enseguida.

Llegó el momento en que Renjun tuvo que decidir si iba a volver a las clases de Hyuck. Jaemin no hizo ningún comentario, pero Renjun no tuvo la menor duda de su opinión al ver su cara cuando lo sorprendió con su bloc de dibujo. Además, el se negó a comentárselo porque quería que fuera una decisión exclusivamente suya.

Muy lentamente, volvieron a ser dos extraños que vivían bajo el mismo techo. Renjun pensaba que el noventa por ciento de la culpa la tenía el hecho de que no había conseguido una relación satisfactoria en la cama. Jaemin era un hombre muy sensual y su propia y continua incapacidad para entregarse por completo debía desafiar su virilidad. Odiaba las restricciones que el imponía: la oscuridad, el silencio, su resistencia a dejarse llevar por sus sensaciones. Renjun temía que, si no podía solucionarlo, una vez más, él se fuera en busca de la satisfacción a alguna otra parte.

¿Lo abandonaría alguna vez aquel miedo? Se preguntó una mañana, después de una noche especialmente desastrosa.

Jaemin había sufrido tanto como el después de su aventura con Sungkyung, pero saber que podía volver a caer en la tentación cuando la presión fuera demasiado fuerte, acababa con la necesaria confianza que Renjun necesitaba para volver a sentirse seguro con él.

Renjun era preso de una terrible inseguridad, una inseguridad que lo mantenía continuamente irritado. Volvió a tener dolores de estómago, unos dolores que ya duraban meses.
Y, cuando pensaba en aquellos meses, se le helaba la sangre en las venas.














Porque lo pidieron, doble actualización.

 [ M. F ]      -     Renmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora