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El sonido de una llave en la puerta principal lo devolvió al presente.

Se dio la vuelta. Sentía una extraña calma, un extraño alivio. Miró al reloj de pared. Eran las ocho y media. Jaemin no iba a volver a casa hasta varias horas después. Tenía una cena de negocios, le había dicho.

Qué burda le pareció aquella excusa, se dijo sonriendo amargamente y acercándose a la puerta del cuarto de estar.

Jaemin le daba la espalda. Renjun se dio cuenta de la tensión de los músculos del cuello y de la rigidez de su espalda bajo la tela de su abrigo negro.

Se dio la vuelta lentamente y sonrió.

Renjun observó su rostro cansado, pálido. Jaemin miró al teléfono descolgado. Se acercó, dejó la cartera de cuero en el suelo, y levantó el auricular.

La mano le temblaba ligeramente al dejarlo en su lugar.

Yangyang debió haberIo llamado. Debió haber sentido pánico al ver que él se negaba a contestar al teléfono y lo había llamado para decirle lo que había hecho.

Le habría gustado oír aquella conversación, pensaba Renjun. La acusación, la defensa, la confesión y el veredicto.

Jaemin lo miró, y él dejó que le observara durante unos instantes. Luego, sin decir nada, se dio la vuelta y volvió al cuarto de estar.

Era culpable. Lo llevaba escrito en su aspecto. Culpable sin atenuantes.

Pasaron algunos minutos antes de que Jaemin, se reuniera con él en el cuarto de estar. Necesitaba algún tiempo para prepararse para lo que iba a ocurrir.

Renjun lo esperaba sentado, pacientemente.

Curiosamente, estaba muy tranquilo. Su corazón latía a un ritmo normal y tenía las manos apoyadas relajadamente sobre el regazo.

Jaemin entró. Se había quitado el abrigo y la chaqueta, y se había desanudado la corbata y desabrochado el cuello de la camisa.

No miró a Renjun y se dirigió al mueble bar para servirse un whisky.

—¿Quieres uno? —le preguntó a Renjun.

Él negó con la cabeza. Jaemin no repitió la pregunta, tampoco lo miró. Se sirvió una generosa cantidad de whisky y se sentó en el sofá, frente a Renjun.

Dio un largo trago.

—Tienes un amigo muy fiel —dijo. «y un marido infiel», pensó Renjun.

Jaemin cerró los ojos. No lo había mirado desde que entro en la habitación.

Estiró las piernas y tomó el vaso con ambas manos. Renjun se fijó en sus dedos: largos, fuertes y con las uñas perfectamente cortadas.

Era un hombre fuerte y alto, y siempre aseado. Buenos zapatos, trajes elegantes, camisas a medida y corbatas de seda. Estaba más pálido que de costumbre, pero su semblante, que reflejaba tensión, seguía siendo atractivo. Sus rasgos eran bien formados y suaves, tenía la nariz recta y la boca delgada, en un gesto de determinación.

Iba a cumplir treinta y dos años y siempre había sido muy masculino, aunque, con el paso de los años, habían ido aflorando otras facetas de su carácter.

Había adquirido una fuerza interior, que, tal vez, suele aparecer siempre con la madurez, y una nueva confianza y conciencia de la propia valía.

Su rostro reflejaba su personalidad, es decir, la de un hombre acostumbrado a ejercer el poder y con la capacidad de superar eficazmente las dificultades.

 [ M. F ]      -     Renmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora