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Renjun cerró los ojos. Al reconocer aquella voz, apoyó la cabeza sobre el hombro de Jaemin, que se había puesto rígido como una tabla.

—Sabes que está casado, ¿verdad, querido?

Obviamente, Yangyang no había reconocido a Renjun.

—Lleva casado siete años, nada menos —prosiguió—. Con un chico precioso, aunque un poco soso que, en estos momentos, estará sentado en casa cuidando de sus tres hijos mientras su querido marido seduce a todas las personas que se le ponen por delante. Maldito hijo de puta.

—A todas no, Yangyang —replicó Jaemin fríamente—, pero este hijo de puta, al final se caso con tu mayor deseo.

¿Es que Yangyang había andado detrás de él?

Levantó la cabeza y vio la expresión cínica de Jaemin y entonces, otro velo cayó de sus ojos confiados. Jaemin se dio cuenta y su mirada se ensombreció.

Siempre había aceptado que Jaemin y Yangyang no se llevaban bien, sin preguntarse por qué. Al saber la razón, se sintió muy mal.

—Los hombres siempre deben desconfiar de lo que una vez fue su competencia, Jaemin —dijo Yangyang—. Después de todo, es una de nuestras pequeñas armas.

—Y tú la has usado con sabiduría, ¿verdad? —repicó Jaemin—. Apuntando directamente al punto más débil.

—A propósito, ¿cómo está Renjun? ¿Al final dejo de ser un nene rodeado de algodones y te ha pedido el divorcio?

Renjun ya había oído bastante. Se separó un poco de Jaemin y se volvió para mirar al que en otro tiempo fue su mejor amigo.

A Yangyang se le mudó el color de la cara y, sin decir una palabra, se dio la vuelta y se alejó.

Tampoco Jaemin y él hablaron al salir de club y andar hasta el coche.

—¿Cuánto tiempo? —le preguntó una vez en el interior del coche.

—Años —respondió Jaemin, avanzando entre el tráfico londinense.

—¿Y alguna vez se te pasó por la cabeza que te serie infiel con él? —preguntó
Renjun y observó que Jaemin apretaba el volante con fuerza.

Aquella pregunta ofendía su dignidad, pero Renjun tenía derecho a hacerla.

—No, nunca —respondió.

—¿Por qué no?

—Me deja frío.

—Entonces, ¿por qué no me lo dijiste?

—Porque confiabas en el —dijo Jaemin, cruzando con él una mirada sombría—
Nunca oculté el hecho de que no me gustaba —le dijo.

—Pero tampoco hiciste nada para abrirme los ojos —dijo Renjun—. Bastaba una palabra, Jaemin, una sola palabra. Con decirme que me estaba utilizando para dejarte, habríamos evitado la pequeña escena de esta noche.

—¿Sabiendo lo mucho que te habría dolido la verdad? Sólo un canalla habría hecho algo así.

Después de eso nadie hablo. Al llegar a casa, Renjun se dirigió directamente a las escaleras, sin molestarse en ir a saludar a SunHee.

—Me duele la cabeza —le dijo a Jaemin, lo que no era mentira— Por favor, pídele disculpas a tu madre de mi parte.

Todavía no se había dormido cuando Jaemin entró en la habitación después de llevar a su madre a casa, pero fingió que lo estaba.

Fue consciente de cada movimiento de Jaemin, que se metió en la cama desnudo, como de costumbre. Se acostó boca arriba, cruzó los brazos por detrás de la cabeza y se quedó mirando al techo, mientras él yacía muy quieto a su lado.

Deseaba con toda su alma que el destino los cubriera con un velo y borrara las últimas semanas de su existencia, como si nunca hubieran ocurrido. Pero el destino no fue tan amable de responder a su súplica y siguieron allí acostados largo tiempo.

La tensión era tan evidente que Renjun empezó a sentirse sofocado. Entonces, Jaemin dejó escapar un suspiro y apoyó una mano sobre su cuerpo. Él no pudo evitar volverse y echarse en sus brazos. Probablemente, necesitaba lo que iba a ofrecerle tan desesperadamente como él. Se amaron con un frenesí casi tan insoportable como el silencio anterior.

Sungkyung visitó a Renjun una vez más, y justo cuando creía que, por fin, iba a liberar sus reprimidos deseos, se puso muy tenso, en el mismo punto que en las noches anteriores. Jaemin se dio cuenta y se quedó muy quieto viendo cómo luchaba contra los demonios que lo amenazaban y luchaba con todas sus fuerzas. Cerró los ojos para contener las lágrimas, besó a Jaemin para detener el temblor de sus labios y apretó las manos sobre sus hombros para no estremecerse.

Cuando logró alejar a Sungkyung de su mente, pensó que había superado otro obstáculo. Luego, con un suspiro, besó a Jaemin.

—Renjun —susurró él al penetrarlo.

Susurró su nombre una y otra vez, como si quisiera decirle que había compartido con el la batalla que acababa de vencer y que sabía que lo había hecho por él. Sólo por él.
Sin embargo, cuando estaban a punto de llegar al clímax y, aunque sus cuerpos se movían al unísono, sólo Jaemin alcanzó el orgasmo y el se quedó al borde, sin llegar, sintiéndose perdido y vacío. Fue un fracaso tan grande que ni siquiera se atrevió a pensar en él.

 [ M. F ]      -     Renmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora