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El desayuno transcurrió en medio de una atmósfera enrarecida. Los mellizos no dejaban de mirados con extrañeza y curiosidad. Renjun sabía que se habían hecho muchas preguntas acerca de su ausencia del día anterior, pero era obvio que Jaemin les había ordenado que no hicieran preguntas. No pudo evitar una media sonrisa cuando Yerin abrió la boca para decir algo y Jaemin la silenció con una mirada. Ryo se comportaba de forma distinta. No dejaba de mirarlo, pero no decía nada, en realidad, no había dicho nada desde que había bajado a desayunar.

—Come, Ryo —le dijo Renjun amablemente, después de que el niño estuviera jugando con la cuchara un buen rato—. A media mañana vas a tener hambre si ahora no comes nada.

Ryo frunció el ceño y lo miró. Tenía los mismos ojos que su padre.

—¿Adónde fuiste ayer? —le preguntó de repente, y miró a su padre.

—Pues... salí a pasar el día por ahí —respondió Renjun con una sonrisa, para demostrarle a su hijo que no sucedía nada anormal— No te importa; ¿verdad?

Ryo se removió en la silla. Renjun se inquietó. Ryo no era como su hermana, extrovertido y comunicativo con todo el mundo, siempre se callaba sus problemas.

Si le hacía aquella pregunta era porque estaba realmente preocupado.

—Pero, ¿adónde fuiste? —insistió el niño.

Renjun suspiró y le acarició el pelo. Ryo no protestó, como solía hacer.

—Estaba muy cansado —respondió, tratando de encontrar una explicación que un
niño de seis años pudiera comprender—. Además, como me paso el tiempo en casa, me apetecía dar un paseo. Eso es todo.

—¡Pero normalmente vas con uno de nosotros, para que te cuide! —dijo mirando a su padre, pero esta vez para decirle que se mantuviera al margen de aquella conversación.

—¿Quién ha dicho eso? —dijo Renjun en broma, tratando de tomarse aquella afirmación con buen humor, cuando, en realidad, estaba horrorizado de que su hijo también pensara que era incapaz de cuidar de sí mismo— Ya sabes que soy mayor y que puedo cuidar de mí mismo.

—Papá dijo que no —intervino Yerin—. Llamó a la abuela, y estaba muy nervioso. Y habló por teléfono con él tio Yang, y se puso furioso.

—Ya basta, Yerin —dijo Jaemin con calma, pero en un tono tajante.

—¡Pero sí lo dijiste! ¡Y te portaste como un toro loco!

—¿Como un qué? —preguntó Jaemin.

—Como un toro loco —repitió la niña— Eso es lo que nos dice mi profesora cuando corremos por la clase, "Los toros al campo" dice —dijo Yerin y esbozó una de sus encantadoras sonrisas, de ésas con las que se le caía la baba a su padre— Pero papi volvió sano y salvo, como dije yo.

Así que, al menos, había un miembro de su familia que lo creía capaz de cuidar de sí mismo. «Gracias, Yerin», pensó Renjun.

—Acábate el desayuno —dijo—. Como podéis ver, estoy sano y salvo, así que vamos a olvidarlo, ¿vale?

En cuanto los niños se marcharon a recoger sus cosas del colegio, le dijo a Jaemin:

—Puedes irte a Birmingham, si quieres.

Jaemin estaba guardando el periódico en su cartera.

Al oír a Renjun se detuvo por un instante y luego, cerró la cartera.

Tenía todo el aspecto de un hombre de negocios. Con la camisa de seda blanca y el chaleco. Parecía fuera de lugar en aquella cocina de atmósfera tan familiar, su atuendo era apropiado para una mansión de estilo georgiano, con muebles de caoba. Renjun sintió una gran tristeza al pensar en lo mucho que Jaemin había evolucionado con los años mientras él permanecía estancado.

 [ M. F ]      -     Renmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora